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martes, 6 de abril de 2010

Capítulo XII: Demostración práctica de una memoria de la creación


Durante unos angustiosos minutos no ocurrió nada. La nave continuaba atrapada en la bolsa, alejándose del sistema solar a velocidad progresiva, mientras unos oficiales vigilaban los accesos al puente y otros se afanaban delante de las consolas para intentar zafarse del fenómeno que mantenía atrapada a la Pressure. La capitana conversaba con la embajadora Nisary en voz baja y Wicca se preguntaba si sería apropiado explicar ahora el encuentro que había mantenido con la salina la noche de su cumpleaños, y si contarlo le supondría algún provecho. Decidió que la capitana necesitaba toda la información que pudieran ofrecerle si quería sacar su nave con bien de aquel embrollo y se acercó a Selekna con la decisión imbuyendo sus pasos.

Justo cuando iba a interrumpir la conversación que mantenían su madre y la capitana, la puerta del ascensor que quedaba a su derecha se abrió y algo pequeño se coló en el puente. Alguien disparó entonces un arma de energía y un rayo color turquesa destrozó una mampara.

Una carcajada estridente y pueril llenó el puente de mando. La voz de Selekna se hizo oír segundos después por encima de aquella extraña risa infantil.

- ¿Quién ha disparado?

Era difícil saberlo porque todo el mundo parecía tener un arma en aquel puente y llevarla en la mano en aquel instante.

- He sido yo –dijo un alférez bajito y recio, que se había puesto rojo de golpe.
- ¡Todos! ¡Guardad las armas! ¡Yo le he pedido que viniera! –bramó la capitana.

Sus subordinados obedecieron de mala gana.

Selekna miró alrededor, buscando la entidad que seguía riéndose a sus expensas en algún lugar del puente. La sargento Podemac fue quien primero la localizó.

- ¡Ahí está, capitana! ¡Sobre la estación de navegación!

Todos miraron hacia esa estación, algunos sacando sus armas de nuevo.
A unos veinte centímetros por encima de la consola de navegación se sostenía en el aire con precisión diabólica un colibrí. Mediría no más de dos centímetros y sus plumas lanzaban destellos metalizados, azules y verdes, a la luz de las diferentes pantallas del puente. El pico, alargado y ligeramente curvado hacia abajo, era de un tono rojizo que se oscurecía hasta llegar casi al negro en el extremo.

- ¿Quién ha osado disparar a esta cosita? –dijo una voz de niña imitando burlonamente la de la capitana.

Aquella voz casi humana que antes había reído con delectación no provenía exactamente del colibrí. Más bien parecía salir de todas partes.

- ¿Eres la salina? –preguntó Selekna, examinando el colibrí y dando por hecho que, pese al truco de la voz, tenía que ser aquel pajarillo la manifestación física de la intrusa.

El colibrí perdió la forma y por un momento pareció una burbuja hirviente de masa informe flotando en el aire. Luego creció hasta convertirse en un mapache de pelaje entre gris y marrón, con el característico antifaz negro adornando unos ojos demasiado inteligentes para ser los de un mapache. En todo lo demás era un perfecto ejemplar de culú, exceptuando el hecho de que este ejemplar en particular se sostenía en el aire con la misma precisión diabólica que la del colibrí que le había precedido, cosa curiosa, no en caso de un colibrí pero sí en el de un mapache.

- ¿Conoces a alguien capaz de cambiar de forma así de rápido? ¡Pues claro que soy la salina, imbécil! –gritó aquella horrible voz, llenando cada rincón del puente.

Selekna apretó los labios y contempló como el ingrávido mapache se convertía en una medusa que se movía al son de unas corrientes acuáticas inexistentes.

Peter había acabado por asomarse al bolsillo de Wicca sin cautela alguna y observaba embobado las transformaciones de aquel ser. El muchacho, por su parte, estaba atónito. No comprendía el comportamiento de aquella insidiosa salina. Con él se había mostrado razonable y comedida en todo momento. A la capitana le estaba faltando al respeto a pasos agigantados.

Por otro lado, podía haber una explicación obvia al comportamiento de la salina. Podía ser el enemigo responsable del secuestro de la nave, pero Wicca decidió no pensar en ello.

La salina siguió adoptando formas (después de la medusa, un pulpo; después del pulpo, una iguana) ante la severa mirada de la capitana. En medio de la siguiente transformación, de iguana a libélula, la voz volvió a envolverles, reverberando en los huesos de todos los presentes.

- Capitana, ¿no vas a preguntarme si soy la responsable de lo que le ocurre a tu nave?
- Me reservo las preguntas para cuando acabe con la demostración.
- Puedo estar así el resto de vuestras vidas.
- No creo que eso le resulte estimulante.
- Tienes razón -la siguiente transformación, de libélula a canguro, quedó abortada a la mitad y la masa informe adoptó a continuación la forma de la cabeza de la capitana, con lo que Selekna se encontró cara a cara con una cabeza semejante a la suya, una cabeza que flotaba unos centímetros por encima de la consola de navegación.
- Yo no tengo el cabello tan claro -dijo la capitana, poniendo los brazos en jarra.
- La visión del verdadero artista ha de ser libre por necesidad -contestó la cabeza, esta vez con una voz calcada a la de la capitana y usando los labios, no el truco de la reverberación.
- Está bien. Iremos al grano. ¿Es responsable del fenómeno que mantiene atrapada mi nave?

La réplica de su cabeza le guiñó pícaramente un ojo y luego negó consigo misma.

- Mi intención era viajar en esta nave, no secuestrarla.
- ¿Sabe quién está detrás, entonces?
- Ni lo sé ni me interesa.

Selekna aguantó con gesto adusto la mirada de la desagradable salina unos segundos, para luego decir:

- Eso es todo lo que necesitaba saber. Sargento...

Hizo un gesto a Podemac. La subordinada, que lo esperaba, pulsó rápidamente una secuencia de teclas en la consola de seguridad y un cubo de un azul translúcido apareció de la nada flotando sobre la estación de navegación y aprisionando a la salina. La cabeza clonada de la capitana miró entorno a sí con aire de fingida sorpresa.

- ¿Qué es esto? ¿Un campo de fuerza?
- Ni más ni menos –contestó Selekna, satisfecha.
- Capitana, ya deberías saber que tus armas no pueden dañarme, ni tus campos detenerme -y la falsa cabeza, con su visión artística de un tono más claro de la melena de la capitana, se redujo, en cuestión de un segundo, hasta no ser más grande que un grano de sal.

Hasta convertirse, de hecho, en algo muy semejante a un grano de sal.

Selekna se acercó al campo de fuerza (el cubo giraba lentamente sobre su eje), y miró a través de la mortecina luz azul. La salina seguía dentro, justo en el centro. Un puntito blanco, inmóvil, dentro de una cárcel de energía.

- ¿Por qué no sale? Ha dicho que mi campo de fuerza no la detendría –la increpó Selekna.
- ¿Por qué no sale? ¿Por qué no sale?- se burló la salina, adoptando de nuevo la voz de una chiquilla malcriada.- Me aburro haciendo de taxista. Sal a jugar con tu capi, anda, bonita.

Acto seguido, y sin dejar de mofarse, el puntito blanco se desplazó flotando en el aire hasta una de las paredes de energía del cubo en que la habían apresado y se fundió con ella, saliendo por la otra cara un momento después, al exterior del campo de fuerza, como si nada.

- Ya está. Ya estoy fuera. ¿Qué quieres que haga ahora? ¿Me apodero de uno de tus hombres y hago que se vuele la cabeza..., o sigo adoptando formas de animales que por culpa de vuestra especie ya no pueblan el planeta? –reverberó, disfrutando cada palabra.
- Se me ocurre una idea mejor…
- Sí. Ya.
- … que le propondría si acercáramos posturas y se decidiera a cooperar.
- ¿Aún mantienes conmigo el trato de usted? ¡Qué educada, mi capitana! Taxista sí, pero educada. –Y tras una pensativa pausa de puntito blanco: - A ver. ¿Qué idea es esa?
- Quiero que atraviese el campo de fuerza de ahí fuera igual que lo ha hecho con el nuestro.
- ¿Quieres sacarme de la nave, capitana? Ni siquiera las salinas sobrevivimos mucho tiempo en el espacio.
- No pretendo que salga al exterior. Necesito que agujeree el campo y me proporcione unos segundos para poder enviar un mensaje a la Tierra con nuestra posición actual y una síntesis de lo que ha sucedido. Esa bolsa de energía nos mantiene incomunicados.
- Hum. Esto puede resultar interesante -murmuró la salina, tras sopesar lo que acababa de escuchar
- Entonces...
- ¿Entonces, qué?
- ¿Cooperará?
- Negociaré.




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