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miércoles, 31 de marzo de 2010

Capítulo VIII: Unidad de apoyo


Wicca le explicó quién era, a qué se dedicaba y la naturaleza de la misión que les esperaba al día siguiente. Le habló de Siras y de su peculiar existencia, de Nisary y su trabajo de Embajadora, de Kendal, el ex novio de su madre, recientemente desplazado, y de Tais, el nuevo novio, psicólogo y defensor de damiselas, mientras Peter se paseaba por el escritorio dándose golpecitos con un dedo en los labios, pensativo.

- Veo que te lo tomas en serio –dijo Wicca contento, al término del relato.

Peter detuvo sus pasos y miró a su interlocutor, todavía con aire reflexivo.

- Lo primero que debe hacer un abogado es parecerlo. Pero tengo una duda.
- Intentaré resolverla.
- ¿Cuánto tiempo he estado inactivo?

Wicca pareció mortificado.

- Bastante –replicó, con cautela.
- Tengo confusos recuerdos sobre un accidente muy doloroso.
- No me lo tengas en cuenta. Yo era joven. No sabía lo que hacía.
- ¿Qué pasó?
- Te seccioné por la cintura.
- ¿Quién me reparó? ¿Hay un servicio de reparaciones? ¿Me enviaste en un paquete por correo para que me dejaran como nuevo? ¿Siempre que me pase algo horrible podrán repararme?
- Son muchas preguntas.
- Es importante que descubra lo que pueda de mi propia mortandad. De momento, ya sé que no debo quedarme sin batería. No puedo moverme y no hago más que darle vueltas a la cabeza. No es algo agradable.
- Está bien. Mi padre te reparó, poco antes de que lo mataran. Se le dan bien esas cosas.
- ¿Y luego?
- ¿Luego?
- Es que estoy empezando a atar cabos. Recuerdo ciertas cosas. Cuando tu padre me hubo reparado… ¿volviste a jugar conmigo? ¿O quizá… fui desterrado?
- Lo siento. Tras la muerte de Siras, mi madre me exigió aceptar todo tipo de obligaciones. Me hice un chico responsable, sin tiempo para jugar.
- Siempre hay tiempo para jugar.
- Está bien. Me olvidé completamente de ti. ¿Te sientes mejor?
- No, pero al menos puedo entenderlo. Yo también he sido un crío. Bueno, no lo he sido, pero recuerdo haberlo sido. ¿Y por qué te has acordado de mí ahora?
- Porque necesito desesperadamente un amigo. Alguien con quién hablar. Alguien inteligente que sepa aconsejarme.
- Eso es muy halagador. Punto para ti. ¿Qué hay de tu madre? ¿No ejerce de amiga?
- Está siempre ocupada.
- ¿Kendal?
- No se viene con nosotros. Mi madre va de uno en uno. Para eso es muy conservadora.
- ¿Ese Tais?
- No sé si puedo fiarme de él. Me mintió. Me manipuló para que lo llevara ante mi padre, cuando podría haberme dicho simplemente que eran amigos y que quería verlo porque le había hecho ilusión descubrir que, en cierta forma, aún está vivo.
- De acuerdo. Parece lógico que pensaras que yo sería una buena solución a tu problema.
- En realidad, fue idea de mi padre. Dijo que tienes las ideas, los recuerdos y la personalidad de un hombre del siglo XX, y que eso nos puede venir de perlas en el XXII.
- ¿Por qué?
- No lo sé. Por el cambio de perspectiva histórica, supongo. Ni idea.
- Curioso…
- Y lo de agregarte información fue idea mía.
- No sé si eso ha funcionado. No encuentro en mi memoria nada que no reconozca.
- Eso quiere decir, precisamente, que ha funcionado.
- ¿Por qué tengo la personalidad de un hombre del siglo XX? Ahí hay algo que no cuadra.
- Eso fue cosa de mi padre. Cuando te compró te modificó los parámetros y te actualizó la memoria con hechos del periodo que le vino en gana. Le encantan las antigüedades.
- Según mis recuerdos nací en el último cuarto del sigo XX. ¿Qué edad me calculas?
- ¿Físicamente? Unos treinta.
- Así que este muñeco se supone que ejerce de abogado en la primera década del XXI. Aún faltaban más de cincuenta años para el primer contacto con extraterrestres. ¿Cómo puedo ser abogado defensor de aliens si en mi época no había aliens?
- ¿Y eso que más da? Los niños no quieren que sus juguetes sean perfectos, sólo tienen que ser divertidos.
- No es grato descubrir que tu vida está llena de lagunas. ¿Has dicho que ese Tais es psicólogo?
- No te hace falta ninguna sesión. Estás perfectamente. Además, prefiero que Tais no sepa que existes.
- Vaya, qué emocionante. ¿Voy a vivir escondido en un bolsillo?

En ese momento llamaron a la puerta.

- Siéntate ahí y estate quieto –le ordenó Wicca.

O’Donnell se sentó sobre un lector de novelas auto concebibles, y compuso una pose de hombre interesante pero informal.

- Adelante -dijo Wicca.

Tais entró, mirando a ambos lados de la puerta y echando luego un vistazo a toda la habitación.

- ¿Con quién hablabas?
- Con un amigo de Prime-Drex.
- Tienes el Sky-Horizon desconectado –observó Tais, levantando una ceja.
- ¿Querías algo, Tais?
- Sigues enfadado…
- ¿Tais?
- Tu madre dice que estés en el comedor a las nueve. No sé por qué me manda a mí, si puede llamarte por el i-fono o enviarte a ese mayordomo vuestro.
- Mi madre quiere que se forje una relación de entendimiento entre nosotros, Tais. Para ser psicólogo, no ves tres palmos más allá de tus narices, Tais. Hasta nunca, Tais.

Tais permaneció unos segundos en el umbral de la puerta, mirando con desagrado la nuca de Wicca. Entonces hubo un movimiento sobre el escritorio. Un hombre en miniatura se había puesto en pie y había levantado un brazo como si fuera a recitar algo de William Shakespeare. A continuación gritó:

- ¡En tiempos de injusticia es peligroso llevar la razón! –para inmediatamente después poner cara de querer auto flagelarse con una vara.
- ¡Vaya! ¡Yo tuve uno de esos! –chilló Tais, complacido. – El mío era bombero.

Wicca, que se había tapado la cara con las dos manos, las separó un poco. Peter O’Donnell hizo un imperceptible encogimiento de hombros y le dijo “lo siento” casi sin mover los labios.

- El mío no paraba de gritar que iba a apagar todo mi fuego. Creo que era un poco amanerado, pero era encantador –Tais se había acercado y examinaba a Peter con una gran sonrisa en los labios.
- ¡La justicia militar es a la justicia lo que la música militar a la música! –gritó Peter, levantando otra vez el brazo.

Tais aplaudió como un niño pequeño. Wicca puso los ojos en blanco.

- ¡Una idea genial es la que se le ocurre a uno al día siguiente del alegato!
- ¡Es la bomba!
- Ya está bien, Tais. ¿Puedes dejarme sólo?
- ¡Y vio Dios que todo era bueno... e hizo a los abogados!
- ¡Es total, es total…!
- ¡Tais!
- Vale, vale. Ya me voy.

Tais salió de la habitación y Peter sonrió con suficiencia. Wicca parecía enojado.

- ¿Crees que me he pasado? –preguntó Peter, algo más contrito.
- Estoy seguro de que Tais te vio anoche en el despacho de mi padre.
- ¿Yo también estoy inmortalizado en el Tempos ese?
- Pero partido por la mitad. No te enteras de gran cosa.
- No creo que a Tais le asuste un simple muñeco como yo. Además, creo que lo he impresionado. Y aún no sabemos seguro que sea un mal tipo.
- Debería ponerme a hacer la maleta.

Wicca se levantó y abrió su armario. Peter aprovechó para echar un vistazo a su imagen reflejada en la pantalla del terminal de Wicca y planchar con las manos algunas arrugas de su chaqueta.

- Háblame de las salinas. Aún no me has dicho para qué necesitas esa información.

Wicca, que estaba decidiendo qué camisetas quería llevarse, reflexionó un momento.

- Debería remontarme al principio… ¿Qué sabes de las salinas?
- Nada.
- Pero si te he llenado la cabeza de datos.
- Lo habrás hecho tan bien como lo de evitarme la humillación de gritar como un poseso frases vergonzantes cada dos minutos.
- No necesitas mi ayuda para hacer eso, visto lo visto.
- Golpe bajo. Un punto menos para ti. Y ahora deja de hacerte el remolón e ilustra a tu abogado como la buena parte contratante que deberías ser.
- Está bien. Supongo que primero debería hablar del primer contacto y, por tanto, de Beatrice Sallebert.
- Expláyate.
- Beatrice Sallebert fue una chica que, en el periodo que nos interesa, acababa de cumplir los veintidós. Nacida en Francia, aunque de descendencia alemana, vivía con su abuela en Burdeos, en un modesto pisito junto al Temple du Hâ. Una chica anónima que se convirtió en el centro de todas las miradas, sin comerlo ni beberlo, al ser la persona elegida entre toda la humanidad para representarnos ante los d’koontz, la primera raza alienígena interesada en entablar relaciones con la Tierra. La elección no fue nuestra, claro está. Los d’koontz no querían a grandes hombres de estado, ni a científicos de renombre, ni a famosos gurús de la comunicación. Querían a Beatrice, que estudiaba bellas artes por las mañanas y trabajaba limpiando una peluquería y lavando el pelo a las clientas por las tardes. Los d’koontz anunciaron su elección por todos los medios y al mismo tiempo (radio, televisión, internet, redes de jugadores online, mensajes de móvil), dando un susto de muerte al mundo entero, que, después de tanta película sobre alienígenas ladrones de cuerpos o revienta barrigas, no esperaba nada bueno de unos visitantes del exterior, menos aún de unos tan bien comunicados como éstos. Además, el mensaje era escueto pero impactante. Una cosa que parecía una persona con los órganos internos adheridos a la piel decía en varias lenguas: “estamos aquí, queremos a Beatrice”. La NASA enseguida tomó partido y después de apuntar con todo lo que tenían a la nave nodriza preguntaron quién demonios era Beatrice y qué había hecho. Los d’koontz contestaron que, tras un riguroso estudio de las ondas cerebrales de toda la población humana del planeta, era Beatrice quien mejor podía asimilar lo que iba a encontrarse al llegar a la nave. Añadieron que de la otra raza inteligente de la Tierra habían seleccionado también a quien mejor pudiera digerir la información que iban a facilitarles. ¿Otra raza inteligente? ¿Qué otra raza inteligente?, quiso saber la NASA. ¿Acaso hay más inteligencia que la humana en este planeta? ¿Quizá los delfines? ¿Quizá las ballenas? Las salinas, así es como les gusta que las llamen, respondieron.
- Me imagino el revuelo –concedió Peter. - Una cosa es que vengan unos tíos feos de la otra punta del cosmos a decirte, mientras estás viendo la ruleta de la fortuna, que no estás solo en el universo. Pero que encima te digan que convives con otra raza más inteligente que la tuya sin tener ni pajolera idea, ya toca las narices.
- Nadie ha dicho que las salinas sean más inteligentes que los humanos.
- Ahí, defendiendo el honor patrio.
- Enseguida corrieron todo tipo de rumores –continuó Wicca, mientras doblaba su ropa. - Seguro que las salinas eran una plaga indeseable del planeta D’koontz, y nos las querían encajonar en una maniobra de reubicación. Si fueran de la Tierra lo sabríamos. Habrían hecho algo para impedir que nos cargáramos el planeta. ¿Y qué era eso de que habían realizado un estudio de ondas cerebrales en todo el planeta, con toda la población? ¿Querían los d’koontz demostrarnos que eran capaces de freírnos el cerebro a la primera de cambio? Seguro que habían elegido a la pobre y joven Beatrice para dejarla embarazada y que diera a luz a veinte híbridos a la semana. Pese a todo, el primer contacto se llevó a cabo poco después en la nave de los d’koontz y asistieron las elegidas: una humana, que pese a lo que dijeran sus ondas cerebrales estaba muerta de miedo, y una salina, a la que parecía que todo aquello le resbalaba.
- Está bien. Hubo un primer contacto, los extraterrestres ofrecieron su tecnología y sabiduría espacial a cambio de un permiso para colocar una base a las afueras del sistema solar, bla, bla, bla. Todo eso ya lo sabía. Lo que quiero saber es por qué te interesan a ti las salinas. Lo que hiciera una peluquera francesa, francamente…
- Beatrice Sallebert volvió a su casa cambiada. Nunca volvió a ser la misma.
- Supongo que le afectaría el tête à tête con los alienígenas.
- No es eso. Más adelante se descubrió que estaba poseída. Una salina se había infiltrado en su cuerpo y se le había alojado en el hipotálamo, adueñándose de su voluntad. Cuando se descubrió el pastel la opinión pública se rebeló. Era posible que las salinas llevaran siglos practicando ese tipo de invasiones vejatorias. Quizá no había seres humanos deleznables, sino salinizados. ¿Quién podía afirmar que los grandes dictadores de la historia, los asesinos, los genocidas, no podían haber estado poseídos por una raza inteligente y diminuta que compartía nuestro planeta y de la que no sabíamos nada?
- ¡Qué manera de echar la culpa a los demás!
- Poco después estalló la gran guerra, y las salinas tuvieron la oportunidad de demostrar que eran capaces de aquello y de mucho más. La mitad de la población humana se puso de parte de ellas, y no precisamente por propia voluntad. La guerra estuvo a punto de acabar con la raza humana. Por suerte, los d’koontz, pese a sus tratados de no intervención, acabaron tomando partido en nuestro favor y bombardearon el planeta con unas ondas que impedían a las salinas anidar en el ser humano. Una vez libre de ellas, el gobierno de los Estados Unidos atacó los océanos, donde habitaban las salinas, hasta acabar casi por completo con toda la vida marina. Las salinas acabaron por rendirse, no porque las armas americanas fueran a acabar con ellas, sino por la tristeza que les inspiraba el estropicio que estaban haciendo los humanos por su culpa, y empezaron las negociaciones y el tratado de no agresión. Pues bien. Después de casi cien años sin tener noticias de ellas, ayer, durante mi fiesta de cumpleaños, una salina se entrevistó conmigo.

Peter se quedó con la boca abierta.

- ¿Qué quería?
- Venir en la misión diplomática de mañana. Participar en las negociaciones. Según ella, bastaba con mi firma y una declaración para que todo fuera legal.
- Parece que de verdad necesitas un abogado.
- Le dije que no. Evidentemente, he estudiado la gran guerra, tanto en el colegio como en la Universidad, y sé que las salinas no son de fiar. Pero al hablar ayer con la salina no relacioné lo que sabía de ellas con la que se me presentó en forma de niña. No recordé que podían adueñarse de la voluntad de los seres humanos. Las ondas de los d’koontz eran una medida disuasoria temporal. No creo que ahora mismo nada nos proteja de ellas. ¿Y si se ha metido en mi cerebro? ¿Y si me ha hecho firmar esa declaración mientras creía estar durmiendo?
- Definitivamente, tienes problemas. ¿Has avisado a seguridad?
- Le prometí que no le contaría a nadie que habíamos mantenido esa conversación.
- Me lo estás contando a mí.
- Bueno… tú no estás vivo. De una forma retorcida, tú no cuentas. Es como si grabara la información en mi diario.
- Gracias, majo.
- Además, ella no lo sabe.
- Si está ahí dentro, está al tanto –dijo Peter, dándose golpecitos en la sien.
- Me gustaría que me vigilaras estrechamente, Peter. Si hago algo sospechoso, tendrás que contarle todo esto a mi madre. Pero hasta entonces voy a intentar mantener mi palabra. No quiero causar un enfrentamiento innecesario entre nuestras especies.
- Intentaré complacerte, pero no te prometo nada. No usáis apellidos y tenéis un gusto horrendo para la ropa y el peinado. No puedo estar seguro de qué es un comportamiento anormal.

Wicca suspiró, agobiado, mientras le daba un par de botas a su maleta.

- Por si todo eso fuera poco, anoche recibí una llamada mientras estaba con mi padre y con Tais en la Unidad de Tempos. Era un amigo de mamá. El mismo que le dio la tecnología para crear la Unidad.
- ¿Y qué quería?
- Ponerme sobre aviso. Está convencido de que en la Pressure, la nave que tenemos que coger mañana, habrá un infiltrado.
- ¿Un espía?
- No. Un espía, no. Un asesino.




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