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miércoles, 10 de marzo de 2010

Capítulo VI: Vestigios de un pasado inesperado


Tais abrió uno de los armarios de Wicca y eligió una chaqueta horrorosa, una camisa que le iba a la zaga, unos pantalones que no tenían nada que envidiar al resto y un sombrero que superaba todas las expectativas.

- ¿Qué se supone que estás haciendo, Tais?
- Ponte esto.
- ¿Para qué? Voy a parecer un fantoche.
- Hazme caso. No queremos que tu padre te reconozca.
- ¿Ah, no?
- Tendrás que dejarme hablar a mí primero.

Wicca iba a replicar, pero se lo pensó mejor y acabó obedeciendo en silencio. Que Tais tomara el mando resultaba, curiosamente, tranquilizador.

Mientras Wicca se vestía, Tais le iba preguntando por el procedimiento que seguía con la Unidad de Tempos cada vez que quería reiniciarla. Cuando Wicca estuvo preparado se fijó en que Tais no se había preocupado por su propia indumentaria.

- No puedes ir a ver a mi padre en calzoncillos, Tais.
- Ay, es verdad. Creo que yo también he bebido hoy un poco más de la cuenta.
- Espera. De que vayas (y vuelvas) de la habitación de mi madre habrá pasado por lo menos media hora. –Wicca le habló a la pulsera morada. - Clave Wicca. Necesito un uniforme de gala estándar de tamaño auto ajustable en mi habitación. Ya llegas tarde.
- Molestarme a estas horas… Ya le daré yo uniforme de gala. Se lo voy a meter por el…

Wicca cortó la comunicación a tiempo.

- ¿Qué era eso? –preguntó Tais, desconcertado.
- El mayordomo. Me extraña que no lo conozcas todavía.
- Hoy es la primera vez que he pisado esta casa, Wicca. He tenido que pedirle a tu madre que me hiciera un plano para poder encontrar tu habitación.

Casi al momento la puerta se abrió y el mismo carrito malencarado que le había llevado a Wicca su uniforme de gala antes de la fiesta apareció flotando con el de Tais.

Cuando el hombre estiró la mano para coger la ropa, el carrito se puso boca abajo, dejando que su contenido cayera al suelo. Luego se dio la vuelta con un golpe de aire, hizo un corte de mangas con dos brazos escuchimizados que le salían de los costados, salió volando de la habitación y cerró, dando un portazo.

- ¿Y a ese qué le pasa?
- Creo que el mayordomo está adiestrando a toda la casa. No me extrañaría que cuando volvamos de la misión, ya no sea nuestra.

Tais se vistió en un momento y tras ponerse los zapatos hizo un gesto a Wicca para que pasara delante.

- Vamos allá. Yo te sigo.

Salieron de la habitación, cruzaron tres galerías con la iluminación justa para no comerse las paredes y Wicca, sin ceremonias, le presentó a Tais la Unidad de Tempos. Parecía la caja fuerte de un banco. Incluso la compuerta era redonda.

Wicca introdujo la clave que sólo él sabía, procurando que Tais no viera los números, y la compuerta se abrió con un siseo. Pasaron al siguiente nivel, cerrando tras de sí, y Wicca introdujo la siguiente clave en un nuevo panel. La segunda compuerta, que no era redonda y se deslizaba hacia un lado, hizo lo propio y Wicca sintió una extraña emoción, distinta a la que lo embargaba cada vez que hacía aquel recorrido, tan indispensable como demencial: Sentía que estaba traicionando a Siras.

Tais pasó delante y Wicca se quedó junto a la compuerta, sintiendo vergüenza de sí mismo, no por haber roto aquel pacto tácito con su padre, sino porque sabía que parecía un idiota disfrazado de gángster.

El despacho estaba como siempre. La luz del sol entraba por dos de las tres ventanas circulares y había partículas de polvo entrando y saliendo de los haces. Aquel día, recuperado por Tempos para toda la eternidad, los purificadores habían sufrido una avería.

Siras estaba sentado en el suelo, dándoles la espalda. Parecía muy concentrado. Tenía algo en las manos pero Tais no pudo ver de qué se trataba.

El rubio se acercó despacio y le puso una mano en el hombro mientras Wicca esperaba en la retaguardia.

- Hola, Siras.

Éste levantó la mirada y, al ver al hombre que acababa de llegar, le cambió la expresión de la cara.

- ¡Tais, por el amor de Dios! ¿Qué haces tú aquí?

Wicca tardó menos de un segundo en pasar de la sorpresa a la cólera. Había dado dos pasos hacia ellos cuando Tais se percató y le pidió con un gesto de la mano que esperara un momento. Wicca obedeció, pero temblaba de ira.

Siras, que se estaba incorporando, no percibió la escena, y Tais continúo como si Wicca no estuviera allí.

- Tu mujer me ha abierto la puerta. Cada día que pasa es más hermosa.
- Sí que lo es… Creía que estabas en la otra punta de la galaxia, jugándote el pellejo por damiselas en apuros que luego nunca te lo agradecen lo suficiente. Oye, estás diferente. ¿Te has implantado todos esos músculos?
- Siras… tenemos que hablar.

Siras se fijó entonces en que no estaban solos. No le prestó mucha atención al otro pero dijo:

- ¿Tienes problemas? ¿Necesitas dinero?

Entonces Wicca sí se sintió como un gángster.

- No, no es eso. Escucha…

Tais empezó a relatar una historia en la que unos desconocidos habían atacado a un hombre, dejándolo fuera de la circulación. Tuvo cuidado de no utilizar en ningún momento las palabras asesinato o muerte. Más bien al contrario, procuró dar la impresión de que ese hombre estaba en una especie de cámara de éxtasis, a la espera de que su hermosa mujer y sus mejores amigos consiguieran sacarlo de allí. Finalmente le dijo que él, Siras, era aquel hombre, y que llevaba cinco años en la cámara de éxtasis. Siras lo escuchaba alucinado.

- Y ahora, tengo aquí a una persona que está deseando verte. Es ya casi un hombre, y está a punto de empezar su primera misión diplomática, con el cargo de consejero de Nisary, nada menos. Acércate, Wicca.

Wicca se quitó el sobrero y la chaqueta, contento de poder acabar con aquella farsa pero todavía enfadado con Tais por no haber mencionado que conocía a su padre, y según todos los indicios, desde hacía muchos años.

Al pasar junto a Tais, éste le hizo un gesto que venía a decir “así es como se hacen las cosas, chaval” y Wicca reprimió el impulso de romperle la cara.

Abrazó a su padre, que parecía reticente, convencido de que cuando él le explicaba la situación se lo tomaba muchísimo mejor, y en ese momento sonó un teléfono.

Wicca miró a su alrededor. Buscó la mirada de Tais, y vio que parecía tan intrigado como él. En los cinco años que Wicca llevaba visitando a su padre, jamás había sonado un teléfono en aquel despacho.

- Papá –le dijo Wicca a un Siras que permanecía con la mirada perdida en el vacío. - ¿Eso es un teléfono?

Su padre tenía algunos artículos de colección, pequeñas antigüedades sin uso alguno desperdigadas por su mesa, pero Wicca no recordaba que hubiera entre ellas un teléfono, y aquel sonaba como el de las holopelículas antiguas, estridente, persistente y casi con descaro.

- Hay uno en el primer cajón –dijo Siras, que parecía haber despertado del letargo - pero tiene 176 años. Estos teléfonos usaban una batería. El anterior dueño la conservaba aparte porque se corroían. Es imposible que sea ese teléfono lo que está sonando. No tiene fuente de alimentación.

Wicca abrió el cajón y descubrió un aparatito que sonaba y vibraba encima de unos papeles. Lo cogió con cautela. Se fijó en que había dos símbolos en sendas teclas bajo una pequeña pantalla, uno verde y otro rojo. Pensó que seguramente los colores seguirían significando lo mismo, como los de los semáforos, y tras lanzar una mirada significativa a Tais y otra a su padre, pulsó el botón verde, se llevó el teléfono al oído, como había visto hacer en las holopelículas, y dijo:

- ¿Diga?



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