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lunes, 10 de mayo de 2010

Capítulo XIX: Invasores


- ¿Qué has hecho?- Tais acababa de salir del puente y se había encontrado, ocupando buena parte del pasadizo, con un desmadejado Dealish y un Wicca armado y perplejo. El oficial permanecía inconsciente, como buena parte del resto del día, y Wicca lo miraba aturdido.
- Se ha puesto tonto, y le he tenido que quitar el arma –explicó Wicca. – Nos enseñan mucho mejor de lo que esperaba en la academia –comentó para sí, y le alargó el arma a Tais.
- Quédatela tú, yo ya tengo una.
- ¿Qué ha pasado?
- Sígueme, te lo explico por el camino.

Mientras se dirigían a paso ligero hacia el hangar de lanzaderas, Tais le explicó que la ex capitana Selekna había hecho un extraño pacto con un nativo del cuadrante (el capitán de aquella gigantesca y perezosa nave), que era posiblemente culpa de ambos que estuvieran perdidos tan lejos de casa, y que Selekna había huido con una lanzadera al no conseguir asilo en la nave de su socio.

- ¿Y de mi madre? ¿Sabes algo?
- Nada nuevo. Pero cuando atrapemos a Selekna la haré cantar, no te preocupes.





Podemac lanzó desde la que había sido su consola durante dos largos años una llamada de socorro en todas las frecuencias, y después se dirigió hacia el sillón de la capitana, situado en el centro del puente, deseando aposentar en él sus estilizadas caderas.
No hubo terminado de hacerlo, ni de decidir si era cómodo ni si valía la pena pasar tanta penuria por ese sillón, cuando el oscuro cielo exterior se transformó en una orgía de luz, producida por más de seiscientas pequeñas naves aparecidas de la nada.

- Si lo llego a saber, lanzo esa llamada antes.
- ¡Capitana! –sonó su comunicador. Era la voz de Taurex, un oficial del segundo turno con el cual Podemac había tenido algún escarceo en el pasado. Tardó un momento en comprender que debía responder ella.
- Adelante, Tau.
- ¿Pod? ¿Y la capitana?
- Estoy yo al mando, Taurex. ¿Qué ocurre?
- ¡Estamos siendo abordados!

A continuación se oyeron varias detonaciones ciertamente extrañas, con un sonido de líquido derramado, como si las armas que las producían lanzaran pequeñas bolas de agua a toda velocidad y éstas estallaran en miles de lacerantes gotas; ruido de cristales rotos y, lo peor, lo que parecía un millar de gritos espeluznantes.




Los intrusos eran bastante más altos que los seres humanos, por lo que andaban encorvados para no darse contra los bajos techos de los pasadizos de la Pressure. Disponían de dos cabezas, una de gran tamaño, donde tenían la boca, nervios olfativos y auditivos y una glándula que escupía veneno a la altura en la que estaría la frente en una cabeza humana, y otra más pequeña, a la altura del pecho, donde estaban los ojos y el cerebro. Recorrían la nave a grandes zancadas pero en absoluto silencio. Eran cientos y escupían aquel líquido venenoso por todas partes, hubiera humanos cerca o no.

Cuando algún pobre diablo se cruzaba en su camino recibía un chorro a presión que le recombinaba el adn en cuestión de minutos. Los primeros afectados ya habían perdido la apariencia humana.

Cuando uno de aquellos seres se materializó en el museo viviente, Peter conversaba animadamente con Madonna, y Salma se había alejado de ellos harta de presenciar como la salina intentaba ligarse a su novio.

La criatura fijó sus horrendos ojos en la diminuta fiscal y un chorro de veneno le dio de lleno y la empujó varios metros en su trayectoria.

Peter abrió los ojos desmesuradamente y gritó con horror. Madonna lo contempló por un instante con curiosidad y tomó de forma instantánea una decisión de la que no tardaría en arrepentirse.

La criatura localizó a Peter, que volaba en pos de Salma, y lanzó otro de sus chorros, pero Peter lo esquivó a tiempo y el veneno fue a estrellarse contra una de las esferas.

Peter examinó el lugar en busca de Salma pero no la vio por ninguna parte. Se elevó un metro y siguió con la mirada la trayectoria que había dejado el viscoso líquido del agresor. Salma sólo podía estar tras aquel ecosistema en el que tres criaturas temblaban muertas de miedo dentro de su esfera sin apartar su montón de ojos del recién llegado.

Temiendo lo que iba a encontrarse tras la esfera, que flotaba ingrávida a un palmo del suelo, avanzó lentamente por el aire. El miedo por Salma le hizo olvidarse del intruso. El golpe lo estrelló contra una de las esferas y la hizo pedazos con su cuerpo. Cayó sobre una especie de lecho algoso, en el interior de la esfera partida, donde unas criaturas redondas y blandas se apiñaron a su alrededor y lo ayudaron a levantarse. El intruso, que lo había golpeado con una extremidad, perdió de pronto el interés por Peter y se puso a contemplar las esferas y a sus habitantes. Peter hizo control de daños y se alegró de que lo hubiesen construido con buenos materiales. No había sufrido ni un rasguño. Se cercioró de que el intruso no lo miraba y sigilosamente levitó fuera de la esfera y se acercó al lugar en el cual debía estar Salma.

Cuando rodeó el ecosistema que lo separaba de ella se llevó una alegría. Salma estaba bien. De hecho, parecía muy ocupada.

- ¿Qué haces?

La fiscal hacía rodar una bola viscosa y verde empujándola con las manos pero le costaba bastante esfuerzo porque ésta se aferraba al suelo. La voz de Peter la sobresaltó y dejó la bola como si la hubieran pillado haciendo algo indebido. Peter la miró, inquisitivo.

- Me estaba quitando esa porquería –se disculpó Salma.
- ¿Estás bien?
- ¿De dónde ha salido esa cosa?
- No lo sé – Peter se acercó a ella y trató de besarla.
- No es el momento –lo apartó ella.
- Creí que te había perdido.
- Estoy perfectamente, así que no seas pastoso. ¿Dónde se ha metido la asquerosa esa? Seguro que se ha camuflado, la muy guarra –Salma puso los brazos en jarra. –Menudo pendón cobarde.
- Vamos, tenemos que buscar a Wicca.
- ¿No vas a buscar primero a la salina?
- Creo que sabe cuidarse sola.

Peter intentó coger a Salma para llevarla volando en su regazo pero ésta estiró el brazo y le puso la palma abierta sobre el pecho.

- Ni se te ocurra.
- ¿No quieres que te lleve?
- No pienso volar contigo. Prefiero ir caminando.
- Pero tenemos prisa.
- Ve delante.
- No voy a dejarte sola.
- Y yo no voy a volar contigo.
- Salma, no estás siendo razonable.
- Por cierto, ¿por qué yo no vuelo?
- ¿Qué por qué no vuelas?
- Tú eres un muñeco, yo soy una muñeca. Tú vuelas y yo no. ¿Por qué? ¿Machismo?
- ¿Estás bien? Parece que el chorro ese te ha fundido algún fusible.
- No es justo que tú vueles y yo no. A lo mejor si lo intento yo también vuelo.

Salma dobló las rodillas y se dispuso a saltar. Peter puso los ojos en blanco y se quitó el cinturón.

- Ya está bien de hacer comedia. Si querías ponértelo tú no tenías más que pedírmelo –dijo, entregándole el artilugio.

Salma se quedó mirando alternativamente el cinturón y la cara de Peter. Hasta que una sonrisa de comprensión iluminó sus labios.

- Vaya… que ingenioso. El cinturón…
- Estás chalada.
- Así que si me lo pongo… vuelo. En fin… - Salma se abrochó el cinturón y con cierta timidez ofreció a Peter su mano. Cuando éste la tomó ella pareció recuperar la confianza y dijo, con sarcasmo: – Supongo que no te importará que conduzca yo, cariño.




Tais y Wicca se toparon con los intrusos mucho antes de llegar al hangar de lanzaderas.
Tais recibió uno de aquellos chorros venenosos en el estómago, pero solo de refilón, y cuando empezó a notar que algo le ocurría a la parte superior de su uniforme (a la altura del ombligo la pieza empezó a arrugarse y a tirar hacia fuera, como si la parte de la tela que había entrado en contacto con aquella sustancia poseyera vida propia), se quitó la prenda a todo correr mientras trataba de cubrir a Wicca con su cuerpo y disparaba el arma a diestro y siniestro.

El rubio consiguió llegar hasta un comunicador del pasadizo y llamó a puente.

- ¡Podemac! ¡Nos invaden!

La nueva capitana de la nave solo tuvo tiempo de aconsejarles que huyeran. Después, el puente se llenó de los horrendos gritos que proferían los oficiales y de aquel sonido de ampollas al reventar.

- Wicca, no te separes de mí –gritó Tais.

Wicca estaba ocupado reventando la boca de riego a uno de aquellos seres, pero asintió con la cabeza.




Salma sobrevolaba la invasión por los pasadizos de la Pressure tranquilamente, con Peter bien agarrado. Avanzaban pegados al techo y cuando veían aparecer una de aquellas desagradables criaturas se detenían o se escondían tras un recodo.

- Oye Salma –dijo Peter en determinado momento. – Vuelas estupendamente.
- No se me da mal, ¿verdad? Siempre me ha atraído lo de volar, pero no había tenido la oportunidad.
- Antes dijiste que odiabas volar.
- ¿Ah, sí?
- Cuando te llevaba yo.
- Bueno… porque me llevabas tú.
- ¿Seguro que estás bien?
- Perfectamente.

Peter estaba inquieto. Había tenido tiempo de ver los efectos que aquella sustancia repulsiva que dispersaban los invasores por todas partes producía tanto en los seres vivos como en los materiales inertes. Parecía un milagro que Salma hubiera salido ilesa, después de ser rociada por completo. La recordó empujando aquella bola pegajosa y verde, con sus propias manos, sin que la afectara en absoluto. Aquello sólo podía significar una cosa… El padre de Wicca los había hecho mucho más resistentes de lo que había dispuesto la compañía de juguetes que los había ensamblado. Quizá, que se le hubiera ocurrido llevar a Salma consigo, no fuese fruto de la casualidad. Quizá formaba parte de un programa concebido por Siras para proteger a Wicca. Salma y él debían ser inmunes a todo tipo de ataques y agresiones. Si no, no se entendía que Salma no tuviera ni un solo rasguño.

- ¿A dónde vamos, Salma? El puente no está por aquí.
- Al hangar de lanzaderas.
- Pero debemos ir al puente. Seguro que es donde se encuentra Wicca en estos momentos.
- Si es inteligente, Wicca estará en el hangar de lanzaderas.


Capítulos de Wicca

domingo, 9 de mayo de 2010

Capítulo XVIII: Destino hostil


Wicca se encontraba en su camarote, sentado en la cama y apuntando con un arma narcótica al oficial Dealish (que aún seguía inconsciente), cuando la nave se detuvo.

Físicamente no notó la desaceleración, pero casualmente estaba mirando hacia el ventanuco cuando el paisaje estelar quedó estático.

El muchacho acercó la cara a la portilla y oteó el exterior. Parada total.

Habían llegado a destino, pero desde aquella ventana no se veía más que la irradiación rojiza del campo energético y más allá una profunda negrura tachonada de millares de puntos luminosos.

Wicca pasó por encima de Dealish, procurando no pisarlo, y se sentó frente a la terminal del camarote. Afortunadamente la capitana Selekna, poseída o no, no le había coartado el acceso a los canales de información del navío. Tecleó un par de órdenes y la pantalla se fue llenando cada cinco segundos con una vista distinta del espacio que rodeaba a la Pressure. Las cinco primeras tomas, obtenidas desde popa, no mostraron nada especial, pero las siguientes imágenes, provenientes de las cámaras de proa, hicieron que Wicca aguantara la respiración.

A una distancia relativamente corta de la nave, siete diminutos agujeros de gusano, iguales en tamaño y apariencia, y no mucho más grandes que la propia nave, surgían y se desvanecían en una impactante explosión de luz gaseosa. Lo hacían por orden, de derecha a izquierda, de modo que cuando el primero se cerraba se abría instantáneamente el segundo, justo a su lado, y así sucesivamente hasta acabar la cadena y volver al principio. Parecían siete extravagantes flores azules vistas en una grabación acelerada, abriéndose y cerrándose al paso de un sol inexistente.

Wicca fijó la imagen de la única cámara que recogía las siete puertas estelares en un solo encuadre y contempló maravillado lo que no podía ser otra cosa que la recreación tecnológica de un fenómeno natural, concebida y empleada para viajar hasta puntos muy remotos del universo, a otros universos o incluso a través del tiempo, probablemente obra de la misma civilización adelantada que los había arrastrado hacia aquel lugar.

Si la nave llegaba a cruzar por alguno de aquellos agujeros estarían irremisiblemente perdidos.

“A no ser que haya una puerta de regreso al otro lado” –pensó Wicca.

Entonces hubo un cambio casi imperceptible en la perspectiva de la imagen. Wicca pensó que el ordenador había corregido la orientación de la cámara obedeciendo a una orden del puente, pero luego comprendió que no era la cámara la que se había movido, sino la nave.

La Pressure estaba virando. En unos segundos quedó orientada hacia el quinto agujero, que aparecía y desaparecía aproximadamente cada quince segundos y permanecía menos de uno completamente formado.

Wicca se agarró a los bordes de la mesa, preparándose para el salto, convencido de que cuando el quinto agujero de gusano volviera a abrirse, saltarían.

No se equivocó.




Selín avanzaba agitando sus alas de libélula cerca del techo de un corredor oscuro. Se había vuelto a perder. No estaba muy acostumbrada a las construcciones humanas. Ya en la casa de Wicca, convertida en una niña sin peso, le había costado una barbaridad orientarse.

Sobrevoló una consola de información que salía de la pared y se dejó caer sobre ella, transformándose en una especie de brazo, con una mano humana de largos dedos en el extremo, codo en lugar de muñeca, dos grandes pies de pato al final del antebrazo para mantener el equilibrio y ojos en la punta de los cinco dedos, y tecleó en la consola el nombre de la sala que andaba buscando. La lámina reflectora mostró el camino más corto. Los dedos se movieron arriba y abajo frente al fino y brillante lienzo, como si pertenecieran a una madre que, encandilada de su bebé, se pusiera a hacerle monerías frente a los ojos, aunque en este caso los ojos del bebé estaban en la yema de los dedos, tratando de leer.

- Tengo que aprender a corregir mi hipermetropía –musitó Selín con vocecilla hastiada, tras hacer aparecer una boca torcida y fea en la palma de aquella mano con ojos.

Las salinas solían pasar la mayor parte del año consigo mismas y desarrollaban pronto la costumbre de hablar solas. Ésta llevaba más de doscientos cincuenta años contándose la vida.

Cuando consiguió enterarse del camino que debía tomar se transformó en un águila del tamaño de una abeja reina y echó a volar.

Justo entonces la nave dio una sacudida, y unas desagradables ondas energéticas atravesaron el corredor. Las paredes parecieron transformarse en gelatina y fuerzas descomunales empezaron a tirar de Selín en todas direcciones. La salina consiguió aproximarse, poniendo todo su empeño, hasta el techo del corredor y sacó de su cuerpo cientos de micro filamentos que utilizó para adherirse a la inestable materia. Segundos más tarde, cuando la onda energética se desvaneció dejando la materia en el mismo estado en el que estaba antes del fenómeno, Selín se transformó en algo parecido a un murciélago y siguió su camino, sin importarle demasiado qué podía haber sido aquello.





Un minuto antes de que se produjera el salto, en el puente de la Pressure reinaba la confusión. La Sargento Podemac y la Capitana Selekna se hallaban enzarzadas en una pelea cuerpo a cuerpo. La mitad de los oficiales del puente apuntaban con sus armas a la una, y la otra, a la otra. Alguien que se mantenía en su puesto gritaba que la nave había llegado a una extraña conglomeración de pequeños agujeros de gusano y Tais y Farwiden, el médico de a bordo, irrumpían en aquel momento en el puente, justo cuando Podemac y Selekna rodaban por encima de una consola y caían justo a sus pies.

- Deduzco que no ha sido posible mantener un diálogo con ella –comentó Tais.

Podemac le hizo señas de que le quitara a la otra de encima, ya que no podía hablar porque la capitana la estaba estrangulando en ese momento, y Tais echó un vistazo para comprobar cuánta gente le dispararía si le daba por intervenir. El médico se había puesto en faena y trataba de separarlas, sin mucho éxito.

- A ver, si hubiera alguien inteligente en este puente, estaría bien que pusiera el arma en aturdir y tranquilizara un poco a estas dos –pidió Tais. Él tenía un arma que le había proporcionado Podemac pero no le parecía seguro utilizarla en tales circunstancias.

No hubo tiempo para que nadie le hiciera caso. En ese instante la nave se introdujo en el agujero de gusano y la realidad pareció doblarse, el tiempo ralentizarse y la materia perder parte de su solidez. De pronto el puente se había convertido en una especie de infierno y sus habitantes, seres sacados de una terrible pesadilla, se retorcían intentando respirar mientras sus gargantas producían horribles ecos distorsionados.

El efecto, por suerte, no duró demasiado. Sin embargo, sí fue intenso, y para cuando volvieron a espacio normal, ni la capitana ni la sargento Podemac tenían fuerzas para seguir luchando entre sí.

- ¿Qué ha sido eso? –preguntó el médico.
- Hemos saltado a través de un gusano –le contestó el oficial Roderik, que intentaba ponerse en pie.

Tais contempló las imágenes tridimensionales del exterior de la nave, proyectadas en el puente a poco más de un metro por encima de sus cabezas. Una nave, de unas quinientas veces el tamaño de la Pressure, avanzaba hacia ellos lentamente, como lo haría un bote que arribase a muelle.

- Ahí está… -dijo Selekna misteriosamente, contemplando boquiabierta la gigantesca nave, como el resto de los tripulantes del puente.

Entonces la nave recién llegada les disparó, y las caras de los presentes se llenó de horror. La Pressure dio una ligera sacudida, casi imperceptible, pero no pasó nada más.

- Capitana, ¿devuelvo el ataque? –preguntó el sustituto de Podemac al frente de la consola de seguridad.
- No nos están atacando –contestó Selekna, lacónicamente.

Tais, no muy convencido de lo que pudiera decir una capitana posiblemente salinizada, observó detenidamente el haz lanzado por la nave alienígena, preguntándose qué clase de arma sería aquella, que parecía haber esculpido una estela de energía sólida entre ambas naves, algo así como un hilo de hielo. Descubrió que el haz, aquella especie de hilo plateado, parecía haber enlazado con el campo de energía invasor que los rodeaba y empezaba a debilitarlo. Selekna tenía razón, aquello no era un ataque. La nave recién llegada estaba succionando el campo de energía que los había alejado del sistema solar.




Peter sobrevolaba un grupo inacabable de misteriosos fardos en un recinto de mercancías de la zona de carga de la nave, con una Salma que no se estaba quieta entre los brazos.

- Tranquilízate o te caerás.
- Estoy incómoda. Quiero un cinturón como el tuyo.
- Pues de momento sólo tenemos éste, así que estate quieta.
- ¿A qué viene tanta prisa? Nada de lo que puedas hacer tú cambiará la situación en que se encuentre la nave.
- Presiento que Wicca corre peligro. Debí quedarme a su lado.
- Me habías prometido un voltio por la Pressure. Estabas cumpliendo tu promesa.
- Pues parece que no te gusta demasiado volar.
- Pero me gusta tu compañía.

Los fardos dieron paso a cajas de suministros y poco después salían a un corredor con indicaciones hacia diferentes zonas de la nave. Mientras Peter decidía, suspendido en el aire, hacia dónde debían dirigirse, una cosa extraña, vagamente parecida a un murciélago, pasó volando erráticamente cerca del techo, por encima de sus cabezas.

Salma siguió aquella cosa con la mirada hasta que desapareció tras un recodo.

- ¿Qué era eso? –preguntó.

Peter, cogiendo finalmente la misma dirección que el murciélago, respondió:

- O mucho me equivoco o eso era la salina.
- ¿Vamos a seguirla?
- Eso creo.
- Pues si no lo sabes tú…
- Seguro que no planea nada bueno. Será mejor que no la perdamos de vista.
- Perfecto…
- ¿No decías que nada de lo que hiciera mejoraría la situación? Pues ahora parece que hay algo que sí puedo hacer.
- Vale, vale. Tú mismo.





Wicca observaba atentamente las evoluciones de la gigantesca nave recién llegada a través del monitor de su camarote. La configuración del mapa estelar había cambiado y el ordenador no conseguía ubicar la nueva situación de la Pressure, pero ese parecía el menor de sus problemas. Ahora que la nave desconocida les había absorbido el campo gracias al cual habían hecho un viaje que en otras circunstancias les llevaría doscientos años realizar, parecía improbable que regresaran pronto a la Tierra. Acababa de decidir que no iba quedarse más tiempo en el camarote y que era hora de entrar en acción cuando unas fuertes manos se cerraron sobre sus hombros. Wicca levantó la vista y vio reflejado en el monitor un rostro ceñudo.

El oficial Dealish no parecía contento.





- Capitana, la nave alienígena nos llama –anunció el oficial de comunicaciones.
- Pasa la llamada a mi despacho –contestó ésta, emprendiendo camino.

Podemac le cerró el paso.

- ¿Por qué no la recibe en el puente?

Selekna hizo una señal a uno de sus hombres para que detuviera a Podemac pero Tais sacó por fin el arma y apuntó a la capitana entre las cejas.

- Reciba aquí esa llamada, capitana. Y luego hablaremos de porqué ha asesinado a la embajadora Nisary –su tono de voz no auguraba nada bueno para ella.

Una ola de asombrados murmullos atravesó el puente.

- Yo no he asesinado a la embajadora.
- Capitana, insisten –presionó el oficial de comunicaciones suplente.

Selekna contempló a Podemac y a Tais con repugnancia. Después asintió con la cabeza y el oficial aceptó la llamada. La vista en tres dimensiones del exterior de la nave cambió por la del interior del puente de la nave alienígena. Un tipo enorme, humanoide aunque no humano, saludó a Selekna con una mano regordeta cuyos seis dedos parecían pulgares.

Primero oyeron la lengua nativa del individuo y segundos después una traducción poco esmerada.

- Hecho ya fue. Marcho me.
- ¡Tienes que devolvernos a casa! –gritó la capitana.
- No trato entraba eso.

En ese momento sonó la voz del oficial Dealish a través de un comunicador.

- ¡Capitana, aquí Dealish! ¡Podemac me ha atacado!
- ¡Ahora no, Dealish! –chilló Selekna.
- Pero Capitana…

Alguien le hizo el favor de cortar aquella interrupción. Dirigiéndose de nuevo al inmenso humanoide, Selekna hizo una acusación:

- Mataste a tres de mis hombres con tu jueguecito.
- Distancia alta. Cálculos no buenos. Adiós, Selekna.
- ¡Espera! ¡No puedes dejarme aquí!

El otro hizo un ruido extraño y su traductor desfasado lo tradujo como je, je, je.

- Nave tuya. Responsable Selekna. No conmigo.

La comunicación se cortó y el exterior, plagado de estrellas, volvió a ocupar la parte superior del puente de mando. La nave extraterrestre comenzó a alejarse despacio, como una gigantesca tortuga, mientras los presentes guardaban un desconcertado silencio.

- ¿Hizo un trato con esa gente? –preguntó al fin Podemac, encolerizada. - ¿Permitió que mataran a Firell, Quera y Lautrok?

La boca de la capitana se convirtió en una fina línea. Todos sus hombres esperaban la respuesta. Finalmente gritó:

- ¡No podemos permitir que se vaya! ¡Sin su tecnología jamás regresaremos a casa! Merfus, dispara un torpedo de advertencia.

El oficial la miró, poco convencido.

- Capitana, no es por contrariarla, pero nos superan en todos los sentidos. Somos una mosca molesta en el culo de una enorme vaca.
- Dispara, Merfus.

Pero Merfus no movió un dedo.

- ¿No me has oído? ¡Dispara!

Podemac contestó por él.

- Hace un momento ibas a abandonar la Pressure, si ese tipo con el que hiciste un trato te lo hubiera permitido. Creo que has dejado de ser la capitana de esta nave, Selekna.
- Capitana o no, nuestra única posibilidad de sobrevivir es convencerle de que nos devuelva a la Tierra de la misma forma que nos trajo aquí –contestó Selekna, señalando la nave alienígena.

En ese preciso instante aquella gigantesca nave cambió de color y luego desapareció sin dejar rastro.

- Estamos perdidos… -dijo Selekna.

Entonces se sacó de un bolsillo de su uniforme un pequeño artefacto, accionó una minúscula palanca, su cuerpo adoptó el mismo color que la nave al desaparecerse, y, como ella, se desvaneció sin más en el aire.





Selín había encontrado la sala que andaba buscando. Se posó en el suelo delante de la puerta y burbujeando extendió su masa hasta adoptar el aspecto de Wicca, aunque, como no podía estirarse tanto, hizo un Wicca regordete y tan bajito como un niño de ocho años.

Peter y Salma llegaron a tiempo de contemplar la última parte de su transformación.

- ¿Por qué ha hecho eso? –preguntó Salma, con un deje de asco en la voz.
- Ni idea –contestó Peter en voz baja.

La salina pulsó entonces el botón de apertura, la puerta se abrió y ella atravesó el umbral como a cámara lenta. Con el segundo paso, el regordete cuerpo del Wicca bajito se separó del suelo y empezó a flotar como un globo.

- Así que adopta el aspecto externo que le da la gana, pero por dentro está hueca –comentó Salma. –Me pregunto si podemos pincharla.
- Quizá, pero no creo que eso le haga mucho daño.
- De todas formas, puede cambiar de apariencia pero no incrementar su propio peso.
- Sin embargo, aunque no pese más, ello no impide que la forma adoptada sea sólida. De lo contrario no podría volar agitando las alas ni pulsar el botón de la puerta, como ha hecho ahora.
- Buena observación –aprobó Salma. - Quizá sea tan dura como el acero, aunque no pese más de lo que pesa un grano de sal.
- Están muy bien estas discusiones teóricas y metafísicas, pero entremos antes de que se cierre la puerta.




Wicca avanzaba por un corredor con Dealish pisándole los talones y apuntándole a la cabeza.

- Como hagas cualquier tontería te vuelo los sesos –decía de vez en cuando, aunque variaba la formula para no sonar repetitivo.

Wicca estaba razonablemente seguro de que Dealish no dispararía a matar sin obtener órdenes precisas de la capitana, pero nadie le aseguraba que no lo dejara cojo si se veía en un aprieto, así que se dejó conducir hacia el puente sin poner muchas objeciones.

- Y no se te ocurra intentar escaparte o te mando a criar malvas.
Ya le quedaban pocas variantes. Menos mal que casi habían llegado.




- ¿Dónde ha ido? – gritó Podemac, arrancando a su sustituto de la consola de seguridad y tecleando febrilmente en los controles.

Tais se situó a su espalda y oteó la pantalla, procurando no perder de vista al resto de oficiales, aunque parecían tan confusos que de momento no constituían un problema.

- Si no la localizas, comprueba si hay movimiento en el hangar de lanzaderas- propuso.

Farwiden se les unió.

- Llevo más de diez años sirviendo con la Capitana Selekna. No sólo soy el médico, también soy su amigo. Y esto es muy impropio de ella.
- Será… - Podemac dio un puñetazo sobre la mampara. - Acaba de abandonar la Pressure en una lanzadera. Se desmaterializó del puente y se materializó en el hangar. – Y dirigiéndose a sus compañeros: - Selekna ha desertado. Tendremos que regresar a casa sin ella.

Hubo un revuelo de murmullos entre los oficiales.

- Pero habrá que capturarla, ¿no? –dijo alguien.

Podemac se tiró de los pelos y le lanzó a Tais una suplicante mirada.

Tais se le acercó y le dijo al oído:

- Primero tienes que nombrarte la nueva capitana de la nave. Después me envías a mí a capturar a Selekna, cosa que haré gustosamente, y pones a tus hombres a trabajar (hay que neutralizar a las salinas que haya por la nave, lanzar llamadas de socorro en todas las frecuencias, averiguar dónde estamos exactamente y si la tecnología que nos ha traído hasta aquí es bastante común por estos lares). Necesitamos ayuda. Habrá que hacer amigos en este cuadrante si queremos regresar a la Tierra algún día.

Podemac asintió con la cabeza, agradecida.





La sala era una especie de museo viviente. Había cerca de noventa esferas transparentes suspendidas en el aire, cada una de ellas un ecosistema perfecto. No había dos del mismo tamaño y estaban iluminadas desde el interior. Cada una ofrecía un diferenciado efecto visual, según la atmósfera del planeta que reprodujeran, (aquel del que hubieran sido extraídos sus inquilinos).

El Wicca enano se transformó en una mosca gruesa y grotesca que empezó a volar de una esfera a otra, posándose un momento en cada una de ellas y oteando a través del cristal con su montón de ojos de mosca hipermétrope. Cuando la mosca salina se posó en la quinta esfera su masa empezó a burbujear hasta convertirse en una copia exacta de la criatura que pasaba sus días encerrada en aquella bonita prisión de cristal, un ser demasiado distinto a los que habitan la Tierra como para poder describirlo adecuadamente con simples palabras.

Peter y Salma la observaron durante unos minutos, suspendidos gracias al cinturón antigravedad del capitán Hope, unos metros por encima de las esferas. La salina estaba tan ocupada que ni se percató de su presencia.

Volaba frenéticamente de ecosistema en ecosistema, y de vez en cuando adoptaba la forma de una de aquellas criaturas prisioneras. Luego daba vueltas en el aire con su nueva apariencia como si estuviera celebrando lo bien que le sentaba su nuevo abrigo.

- ¡Eh, tú! ¡Bicho inmundo! –gritó de pronto Salma.

La salina, que ahora había copiado la apariencia de algo parecido a un crustáceo, buscó, con el órgano visual de que disponía con esas pintas, el lugar exacto de donde había procedido aquella inesperada voz. Localizó a Peter y Salma flotando cerca del techo de la estancia, se posó en el suelo, se convirtió en una masa gelatinosa y sacó de ella dos filamentos que salieron disparados hacia la fiscal y el abogado. Salma se protegió la cara; Peter no hizo nada porque tenía las manos ocupadas sujetando a Salma en el aire. Los filamentos de la salina se detuvieron a escasos centímetros de la pareja. La punta de uno de ellos se hinchó hasta convertirse en un ojito que parpadeó como si le costara enfocar y luego se puso a examinar a los intrusos. El otro filamento se ensanchó hasta formar una boca llena de dientes.

- Vaya, vaya. El amiguito de Wicca –dijo la boca, mientras el solitario ojo guiñaba con picardía. – Y viene con una amiguita.
- ¿Cómo sabes quién soy? – preguntó Peter.

El ojo de la salina se puso a examinar los pechos de Salma y ésta le dio una patada.

- Estabas en el bolsillo de Wicca –empezó la boca dentuda sin alterarse por el ataque de la fiscal a su otra extremidad -, en la pequeña exhibición que hice en el puente. Pero, a parte de eso, sé exactamente quién eres. El día del cumpleaños de Wicca me camuflé entre el cuero de su bota izquierda. He ido a todas partes con él desde entonces. He escuchado a ratos vuestras aburridas conversaciones, e incluso vi como metías a la zorra ésta en la maleta.

Salma consiguió chafar el ojito de una palmada. El filamento se replegó sobre si mismo, con el ojo marchito en el extremo, y en un instante el globito ocular volvió a hincharse como si se tratara de un globito (no ocular).

- ¿Y serías tan amable de decirme que haces en esta sala? –preguntó Peter.
- Me ha llamado zorra –ladró Salma. –Tienes que defender mi honor.
- Además de zorra, antigua –comentó la boca dentuda de la salina. Y contestando a la pregunta de Peter: - Estaba aprendiendo. Cada año las salinas celebramos el Soessumm. Viene a ser algo así como los juegos olímpicos para los seres humanos. Es el acontecimiento social más importante para nuestra especie y a diferencia de los seres humanos, que ven ese tipo de eventos por holovisión, nosotras nos reunimos en el Pacífico, hasta la última salina del planeta, y durante tres días participamos en competiciones.
- ¿Qué clase de competiciones?
- Adivina. Seguro que además de guapo eres listo.
- No ligues con él, bola de sebo multiforme.
- ¿Os dedicáis a adoptar formas? –preguntó Peter, cuando se le encendió la bombilla.
- Es todo un arte.
- ¿Y quién gana?
- La mejor, claro está. La Sisstessasum, (para vosotros, la Jueza Suprema), evalúa tanto la cantidad de formas asimiladas y reproducidas por cada salina como la calidad y el detalle de las mismas. Yo no puedo competir en igualdad de condiciones porque perdí parte de mi masa en un desafortunado accidente hace un tiempo, así que suplo mis carencias con imaginación. Este año seguro que gano el Soessumm. Seré la primera salina que haya copiado modelos extraterrestres que jamás hayan pisado la Tierra.
- Entonces… ¿ese era tu único interés? ¿Por eso estás en esta nave?
- ¿Te parece mal?
- ¿No te habían seleccionado tus superioras para participar en las negociaciones de Abaris?
- Todo eso me lo inventé para camelarme a Wicca.
- ¿Por qué? ¿Qué necesidad tenías de engañarlo, o de arriesgarte a provocar un enfrentamiento entre vuestras especies? ¿Por qué no te colaste directamente en la nave? ¿En cualquier nave?
- Me aburría. A diferencia del resto de las salinas, a mí me gusta relacionarme con los humanos. Estoy hasta el moño de vivir sola. Y en cuanto a la posibilidad de provocar un enfrentamiento entre salinas y humanos, bienvenido sea. La última vez diezmamos a la población humana, cosa absolutamente necesaria para la subsistencia del planeta. Y tuvimos que hacer bien poco, se bastan ellos solitos para aniquilarse. ¿Sabes cuantas salinas perdieron la vida en aquella guerra? Ni una siquiera. Comprenderás que no le temamos a los enfrentamientos, somos infinitamente superiores.

Peter asintió lentamente con la cabeza, pensativo. Después descendió hasta el suelo, dejó a Salma y miró hacia la boca y el ojito, que aún seguían arriba. El ojito lo miraba con curiosidad.

- ¿Por qué no adoptas una forma menos estrambótica?
- ¿Quieres que parezca un muñequito, como vosotros?

La salina replegó los filamentos, hizo desaparecer la boca y el ojo dentro de su masa y en cuestión de segundos, adoptó la forma de una pelota y rodó hasta Peter y Salma. Después se transformó en Madonna. Una Madonna a escala.

Salma entrecerró los ojos.

- No me impresionas, mi pelo negro es mucho más bonito que el de Madonna.
- ¿Y tú como sabes quién es Madonna? –preguntó la salina, perpleja.
- Nuestra base de datos contiene más información sobre el siglo veinte que sobre el actual –contestó Peter. –Creo que no prestabas mucha atención a nuestras aburridas conversaciones.
- No. Pero gano yo. Estuve allí. Las salinas somos bastante longevas. - Selín se puso a pasear palmito delante de Peter.
- Ten cuidado, casi puedes sacarle un ojo a alguien con esos conos –murmuró éste.

Salma le dio un codazo.

- Bueno, ¿he satisfecho tu curiosidad, Peter? ¿Puedo seguir con lo que estaba haciendo? –dijo la salina, ahuecándose la rubia melena.
- Tengo un par de preguntas más. ¿Funcionó el plan que se le ocurrió a la capitana? ¿Mandó el mensaje de socorro a la Tierra?
- No lo hizo, pero no porque yo no cumpliera mi parte. Le abrí el orificio que quería en el campo de energía, pero tendría otras cosas más importantes que hacer porque nunca más se supo. Cuando me cansé de esperar me fui a recorrer la nave. Sabía que cada nave humana tiene por lo menos una sala como ésta, así que… aquí estoy.
- Seguro que ocultas algo –dijo Salma, apuntándola con un dedo acusador.
- No tengo nada más que ocultar, querida. No me hace falta mentiros. No os temo. En realidad no temo a nada, porque nada puede hacerme daño. Soy capaz de vivir en el espacio, así que ni siquiera en el caso de que la nave explotara en mil pedazos tendría nada que temer. Quizá no consiga volver a casa a tiempo para el Soessumm de este año, pero habrá otro el año que viene, y el siguiente, como lo ha habido desde hace miles y miles de años. Algún día regresaré a la Tierra y deslumbraré a todas las salinas. Soy inmortal, decidida y estoy muy buena. Así que… ¿Por qué crees que tendría algo que ocultar, si no fuera por pura diversión?
- Porque mientes. Dices que nada puede hacerte daño pero tuviste un accidente que te dejó lisiada –lanzó Salma, con aire triunfal.

Por un momento una expresión entre el miedo y la preocupación cruzó el rostro de Madonna. Después sonrió y se puso a cantar Like a Prayer.



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martes, 4 de mayo de 2010

Capítulo XVII: Sobre la vida de un pelele


El observatorio permanecía en penumbra. Había cerca de una treintena de butacas, de diferentes materiales, formas y tamaños, pensadas para acomodar a individuos de distintas especies y con apéndices en sitios curiosos. Peter y Salma estaban tumbados en un sofá chiquitito que parecía haber sido concebido para ellos. No eran los únicos en la sala. En una especie de cama redonda, situada a unos quince metros de donde ellos se encontraban, una familia humana de seis miembros estaba haciendo la postura sentada del loto sumidos en una meditación relajada. Lo cierto es que el sitio invitaba a ello. El observatorio estaba situado en el punto más elevado de la nave, contaba con doscientos treinta y tres metros cuadrados, y las paredes, que se fundían en un techo en cúpula, eran invisibles. Quienes lo visitaban tenían la impresión de estar paseando, descansando o meditando sobre la misma superficie de la nave, al descubierto, contemplando el espacio en toda su extensión; con un suelo bajo los pies, pero nada más. De vez en cuando podía verse cómo se descorría discretamente una cortina de metal en alguno de los ventanucos de la torreta de camarotes que quedaba hacia proa y un rostro, anónimo por la distancia, contemplaba con asombro la bolsa de energía que había capturado la Pressure. Peter y Salma, en cambio, observaban el espacio, tachonado de estrellas lejanas, a través de la tenue luz rojiza del fluctuante campo de energía. En determinado momento la nave se introdujo en una nebulosa que emitía destellos azules; atravesando el filtro rojizo del campo de energía, los destellos llegaron hasta el mecanismo ocular de visión estereoscópica de la pareja desplegando unos espectaculares tonos violetas. Peter pensó que nunca antes había visto algo tan hermoso. Salma le apretó la mano, compartiendo su pensamiento.

Aquel placer visual y espiritual duró poco: atravesaban el espacio cada vez con mayor celeridad. Habían dejado atrás cientos de sistemas estelares en cuestión de minutos y aquello no tenía aspecto de detenerse en breve. Aun siendo profano en la materia, Peter sabía que aquella nave no había sido diseñada para alcanzar tales velocidades. Si las soportaba era debido a que el campo de energía, el mismo que obligaba a la Pressure a mantener la aceleración, la protegía a un tiempo de un más que seguro colapso estructural. (También ayudaba el hecho de que Peter estaba en el puente cuando el oficial científico lo había explicado). Pero no le hacía falta ningún oficial científico para deducir que si por algún motivo llegaban a perder la bolsa de energía que los rodeaba sin haber conseguido reducir la velocidad, la nave y sus ocupantes se desintegrarían en cuestión de segundos. Por otra parte, si conseguían frenar el avance destruyendo aquella bolsa de algún modo incierto y sin dañar la nave en el proceso, regresar a la Tierra se convertiría en una misión imposible, al no contar para regresar a casa con la misma tecnología que los había llevado tan lejos. Quizá lo consiguieran, pero no los tripulantes actuales, sino sus tataranietos y, con un poco de suerte, ellos dos, Peter y Salma. Al fin y al cabo los habían construido para soportar las peores condiciones que podían darse en el universo: las manos, los pies y los dientes de los niños.

Pese a lo grave de la situación, lo cierto es que las pocas personas con quienes se habían cruzado durante su excursión por la nave no parecían excesivamente preocupadas. Quizá estuvieran más que acostumbradas a ese tipo de escenarios.

- ¿Recuerdas el caso Daspock? - Salma se reacomodó, apoyando la cabeza entre el brazo derecho y el pecho de Peter.
- ¿Cual de ellos? He defendido a Daspock en cientos de casos.
- Aquel en que los de la fiscalía lo acusábamos de haber raptado una nave para escapar de la Tierra, donde cumplía condena, y de haber destruido todo lo que se encontraba a su paso, incluidos seis vehículos policiales y un destacamento militar que ni siquiera era de aduanas. Pedíamos la perpetua.
- Lo recuerdo.
- Tú le conseguiste un veredicto de inocencia.
- No fue fácil.
- Te camelaste al jurado con una historia sobre lo que es capaz de hacer un ser sensible cuando echa de menos lo que le es conocido, ya sean sus seres queridos, el lugar donde naciera o cualquier persona, objeto, lugar o intangible sensación que, por el mecanismo que sea, le resulte esencial para mantener la cordura. Daspock echaba de menos el estremecimiento que le producía volar entre las estrellas, la turbadora emoción de sentirse un puntito perdido en un universo vasto y hermoso, repleto de increíbles sueños y espantosas pesadillas, sabiéndose diminuto e insignificante y a la vez parte de un todo colosal; algo que su raciocinio no podía explicar pero su alma sabía.
- A veces hay que adornar un poco los hechos. El acusado me lo suele agradecer. (Si queda libre).
- Fue una buena exposición. Hasta yo misma me imaginé cómo sería viajar en una nave como ésta y contemplar lo que mis ojos ven hoy, en esta madrugada eterna. Qué inocente era entonces, Peter. Tenía una fe ciega en el sistema judicial y ni siquiera me preguntaba cómo era posible que enjuiciáramos una y otra vez a los mismos alienígenas, o por qué las sillas destinadas al jurado estaban ocupadas por figuras inmóviles e inanimadas de plástico duro.
- Comprar todo el lote debía costar un ojo de la cara. Aunque supongo que un médico especialista en fertilidad y la más reconocida embajadora de la Unión no debían tener problemas económicos. Quizá no quisieran malcriar al chico.
- ¿No los odias?
- ¿A quién debo odiar?
- A todos ellos. A la humanidad.
- ¿Por habernos creado? Sería como si Wicca odiara a su madre por darle la vida.
- La odiaría si hubiera limitado sus capacidades, si durante toda su vida no le hubiera dejado ver o llegar más allá.
- Eso es precisamente lo que hacen los padres con sus hijos, hasta que crecen y se valen por si mismos. Limitan su libertad. Deciden por ellos.
- No es lo mismo. A mí no iban a darme la oportunidad de dejar de ser una marioneta. De no ser por ti, seguiría en aquel cajón, como una muñeca desechada.
- No me parece que el odio sea un buen punto de partida para una nueva vida sin limitaciones, Salma.
- ¿Qué eres tú para ese chico, Peter? ¿Sigues siendo un simple juguete, o te considera un ser pensante, digno de aplicarse a si mismo el estatus de ser vivo?
- Aún es pronto para saberlo. Tengo que darle tiempo. Tiempo que yo mismo necesito para saber qué o quién soy, y encontrar mi sitio en el universo.

Salma guardó silencio, recapacitando sobre sus palabras y Peter recordó con una punzada de tristeza que, en una conversación sobre las salinas, Wicca lo había comparado con un simple diario.

Acarició distraídamente el pelo de Salma mientras decidía guardarse aquello para sí.

- Es posible que cuando volvamos a la tierra y queramos que nos consideren seres pensantes, nos destruyan –dijo Salma.
- No lo creo.
- Ambos hemos leído Frankenstein, y hemos visto suficientes películas de ciencia ficción para saber el pánico que le tienen los seres humanos a que las máquinas se rebelen.
- Salma, tú y yo no hemos leído libros ni visto películas. Eso nos lo pusieron ellos en la cabeza, aunque no sé hasta qué punto fueron nuestros creadores los responsables. Buena parte de la información que compartimos nos la proporcionó Siras, el padre de Wicca.
- ¿Somos lo que el ser humano ha querido que fuéramos?
- No lo sé.
- Quizá, que estemos sintiendo esta especie de concienciación de nuestro propio yo, sea parte del programa. Quizá sea una mera ilusión. Un mecanismo para que no nos autodestruyamos en caso de perder el chip de limitación.
- Son cosas que tendremos que descubrir, Salma.
- Me muero de la impaciencia.
- Yo que tú me limitaría a disfrutar mientras pudiera.

Después de aquello guardaron silencio durante al menos cinco minutos. Peter fue quién lo rompió.

- Supongo que debe estar legislado.
- ¿El qué?
- Si construyen juguetes y los dotan de cerebros positrónicos capaces de hacer lo que hacen los nuestros, juguetes a los que no parece muy complicado quitar el chip de limitación; si su tecnología llega al punto de crear seres con un marcado sentido de su propia existencia, seguro que ya antes algún otro pelele parecido a nosotros habrá intentado hacer valer sus derechos como individuo. Será cuestión de buscar precedentes. Pero en una cosa tienes razón. Los humanos, en cierta forma, nos temen. Todos los androides con los que me he cruzado, en la casa de Wicca o en esta nave, tienen un aspecto metálico muy diferenciado del humano. Nosotros, sin embargo, estamos hechos a su imagen y semejanza.
- Porque a nosotros, por tamaño, no se nos puede confundir con seres humanos. Nunca seremos como ellos, Peter.
- De eso se trata precisamente, Salma. Yo no quiero ser como ellos. Yo aspiro a ser yo.


Salma no oyó la última parte. Acababa de darse cuenta de que un niño los observaba. Debía rondar los cuatro años y, a juzgar por la expresión de su cara, nunca había tenido juguetes positrónicos.

- Hola, nene -dijo la fiscal, sonriendo de forma poco convincente. -¿Te has perdido?

El niño negó con la cabeza. Entonces, sin mediar palabra, estiró un brazo con intención de cogerla. Salma se puso en pie de un brinco, cogió a Peter del brazo y tironeó de él para alejarlo también del mocoso pero en ese momento apareció el padre del niño, lo cogió en brazos y se deshizo en disculpas.

- Perdonen el poco tacto de mi chico. ¿Hay niños en su planeta? Los nuestros son imprevisibles. Y mira que le tengo dicho que nada de tocar. No estoy insinuando que ustedes le vayan a pegar nada contagioso. Por cierto, ¿hablan mi idioma? No, qué tontería, si lo hablaran ya me habrían interrumpido. Ha sido una suerte que lo estuviera vigilando. Bueno, no. Una suerte, no. Yo siempre lo estoy vigilando. Voy con mucho cuidado con mis hijos, especialmente en una nave espacial, y con la que se nos viene encima… Me refiero a esa cosa, a ese campo de energía… En fin, no les molesto más.

La esposa, que había estado contemplando la escena a unos metros, se alejó con el marido y el crío comentando que parecían humanos reducidos, a lo que el marido contestó que debían tener una gravedad importante en su planeta.

- Ahí tienes la aprobación que andabas buscando. Esos son humanos y no te consideran un juguete.

Salma iba a contestar algo mordaz pero vio algo que le hizo cerrar la boca de golpe.

- ¿Que pasa? -preguntó Peter, alertado por su expresión.

Ella señaló hacia arriba. Peter siguió la dirección marcada. El firmamento sobre sus cabezas había dejado de moverse.

- Nos hemos detenido –susurró Salma.

Peter oteó la quieta bóveda de estrellas durante unos segundos y unos inesperados destellos que provenían de su derecha le hicieron dirigir la mirada hacia la proa de la nave. Tomó a Salma por el hombro y la hizo mirar en aquella dirección, donde algo extraordinario sucedía.



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