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domingo, 7 de febrero de 2010

Capítulo V: La propuesta


La fiesta terminó oficialmente a las dos y veintitrés de la madrugada, cuando el último invitado comenzó sus quince minutos de peregrinaje hasta la puerta de la calle.
En la sala del festejo sólo quedaban Wicca, que bostezaba con todo su cuerpo, Nisary, que apuraba la última copa, y Tais, el rubio, que se aflojaba la corbata con aire satisfecho.

- Ha sido una fiesta fantástica -dijo, para rematar el gesto.

Wicca había llegado a la conclusión de que cada ademán que hacía el nuevo amigo de su madre estaba cuidadosamente estudiado; cada palabra, escrupulosamente medida y cada mirada, meticulosamente ensayada. Le daba la impresión de que, o bien era un farsante, o tan buen diplomático como su madre. Aun así tuvo que darle la razón.

- No ha estado mal. Con vuestro permiso, me voy a la cama.

Su madre paseaba una triste mirada por el suelo lleno de comida, las mesas atestadas de copas medio vacías (algunas, cosa que le resultaba incomprensible y amoral, con servilletas empapadas dentro); las paredes, con los adornos que se había pasado la tarde ordenando a un sirviente que replicara y colgara, destrozados concienzudamente, y un sofá, al que tenía bastante aprecio, vomitado hasta decir basta, mientras murmuraba que, cuando ella era joven, la gente no era tan guarra y que menos mal que eso no tenía que limpiarlo ella.

Tais le dijo que seguía siendo joven y bella, con cariño y convicción, y Wicca pensó que, además, el rubio sabía improvisar. Cuando ya estaba en la puerta del salón, dispuesto a emprender el largo camino de regreso a su cuarto, situado en el ala contraria de la mansión, su madre lo llamó.

- Cariño, espera un segundo -Nisary se quitó los tacones y corrió descalza, esquivando restos de piscolabis y charcos de bebidas de diversos cuadrantes de la galaxia, hasta alcanzarlo. -Mañana tengo un día mortal de necesidad. Posiblemente no podamos vernos. Haz la maleta en cuanto te levantes, no lo dejes como siempre para el último momento.
- No iba a hacerlo, mamá. Sé lo importante que es esto.
- Dame un beso. Estoy muy contenta de que vengas conmigo. Es el mejor regalo que le podías hacer a tu madre. Y... Wicca.
- ¿Sí?
- Dale una oportunidad.
- ¿Al tarugo?
- Hazlo por mí.
- No puedo creer que estemos teniendo esta conversación. Parece el guión de un estúpido culebrón.
- Pues te prometo que hace casi tres años que no cato holovisión. Pero prométeme que intentarás llevarte bien con él. Es psicólogo. Nos puede venir bien tener uno limitrofeando por aquí. Umm… Creo que estoy borracha.
- No tiene pinta de psicólogo.
- Buenas noches, cielo.

Su madre le plantó siete ruidosos besos más en la mejilla y volvió al trote junto a Tais, quien aprovechó el momento para despedirse de Wicca desde donde estaba, con un gesto que pretendía ser despreocupado y jovial, y, según creía Wicca, pensado más para que lo viera Nisary que para que lo viera él.




En cuanto llegó a la habitación y se puso el pijama, bajó las luces y abrió su terminal. Esa noche no le interesaba conectarse al InterStar. Tecleó su clave para acceder a la Red de Información de la Vía Láctea, se colocó el visor y se introdujo oníricamente en los canales informativos, calles paralelas desde las cuales chicas y chicos guapos con grandes sonrisas y ligeros de ropa cantaban la información de forma amena y sugestiva, tratando de llamar su atención. Wicca se acercó a una chica morena que no se estaba quieta, hasta que se dio cuenta de que lo que hacía era darle vueltas a sus bragas como si fuera a lanzar una piedra con ellas y buscó otra calle pues dudaba que en aquella pudieran darle la información que necesitaba. Más allá, otra mujer con aire de erudita, gafas (toque retro, ya nadie llevaba de eso), las bragas al parecer en su sitio y unas orejitas de conejo sobre la cabeza, le dio las buenas noches.

- Hola –dijo Wicca, mirando con curiosidad aquellas orejas. - Necesito información sobre Salinas, raza acuática e inteligente originaria de la Tierra.
- Calle 11.512. ¿Quieres que te envíe o te vas dando un paseo?
- Si me llevas, mejor.

La erudita lo cogió de la americana y lo lanzó con energía, no sin antes recomendarle que probara ciertos cereales hechos estrictamente con grasas y subproductos animales de la Tierra. Wicca voló durante unos segundos en que le pusieron música de Johann Sebastian Bach y cayó en medio de la calle indicada donde había más de treinta personas dispuestas a darle la información que había pedido, aunque eran tan ruidosas y competitivas que enseguida le entró dolor de cabeza.

Diez minutos indagando le dejaron con un extraño sabor de boca.
Estaba metido en un buen lío.

Entonces llamaron a la puerta. Wicca se quitó el visor, extrañado. Su madre no solía ir nunca a su habitación, mucho menos cuando se suponía que él ya estaría durmiendo, y el mayordomo y demás sirvientes mecánicos entraban alegremente sin avisar, no se dedicaban a llamar a las puertas. Eso sólo dejaba dos opciones. La primera, indeseable (se imaginó a la salina delante de su puerta, convirtiendo su cabeza otra vez en un ojo repulsivo que crecía y crecía hasta desplazar todo lo demás cuello abajo) y la segunda, meramente improbable.

Volvieron a llamar y no tuvo más remedio que levantarse a abrir la puerta, uno de los inconvenientes de vivir en una casa con historia.

Había ganado la opción improbable. Tais le sonreía de oreja a oreja.

- ¿Puedo pasar?

Wicca se echó a un lado, intentando no parecer perplejo, y Tais pasó sacando pecho y se sentó en su cama tieso como un palo, aunque tenía la espalda tan ancha que seguro que era la única postura que su cuerpo le permitía adoptar.

- Quería hablar contigo –dijo, con una familiaridad que sacaba a Wicca de sus casillas.
- No estoy dispuesto a soportar una charla paternalista. Yo no te conozco y tú no me caes bien. Que quede claro.
- No es eso. Quiero que me hables de la Unidad de Tempos.

Si lo llegan a pinchar en ese momento con una jeringuilla, (y en el improbable caso de que hubiera comido aquellos cereales cuyo anuncio le habían encasquetado sin pedirlo), no le hubieran sacado ni un mililitro de subproducto animal made in Earth.

- Tu madre me lo ha contado todo.
- Mi madre por lo visto se ha vuelto loca.
- Me gustaría que me solventaras ciertas dudas.
- Aunque te hablara de ello toda la noche no lo entenderías.
- Enséñamelo entonces.

Tais parecía estar hablando totalmente en serio y aquello descolocó a Wicca.

- ¿Por qué quieres verlo? ¿A qué viene tanto interés?
- Me parece que vencer a la muerte es algo que ha interesado al ser humano desde los albores de la humanidad.
- Si fueras un ser humano lo entendería.

El insulto no pareció afectarle en absoluto.

- Eso sin hablar de las paradojas que algo así conlleva, ni de la relación que habréis forjado tu padre y tú en estos años. Este asunto es lo más interesante que he escuchado en mucho tiempo.

Wicca se dejó caer en la silla desde la que accedía a su terminal.

- No hemos forjado ninguna relación. Mi padre no recuerda mis visitas.

Tais guardó silencio, asimilando la información.

- Lo siento –dijo al fin. – Me había imaginado otra mecánica.
- No entiendo cómo te lo ha contado. Ella no habla de estas cosas jamás.
- Conozco a tu madre desde… hace tiempo. Más del que nos permitimos admitir. Me ha hablado mucho de ti y la verdad es que ya tenía ganas de conocerte, Wicca.
- ¿Tengo que sobrentender algo en lo que me acabas de decir o hago como que no lo he oído?
- Ahora que estamos juntos supongo que ya no será un secreto. Pero no creo que le hagas ningún bien a Kendal hablándole de lo nuestro.

Se hizo un silencio que a Wicca le pareció muy incómodo, aunque Tais parecía en su salsa, sentado en su cama como si tuviera todo el derecho del mundo a estar ahí y a hacer toda clase de preguntas prohibidas y revelaciones nefastas.

- Será mejor que te vuelvas a la cama, Tais. Dejando a un lado los temas puramente científicos, la relación que mantengo con mi padre entra en el terreno de mi privacidad. Y no es algo que quiera compartir con alguien como tú.
- No hay duda de que eres hijo de tu madre.
- Pues yo cada día lo dudo un poco más.
- Wicca… - Tais se puso en pie, pero no parecía albergar ninguna intención de marcharse todavía. – Has dicho que tu padre no recuerda tus visitas.
- Un psicólogo de verdad no trataría de manipularme lanzándome mis penurias a la cara.
- Te equivocas. Eso es precisamente lo que hacemos. Pero no lo hacía ahora. Sólo quería decir que si tu padre no va a recordarlo luego, ¿qué más da que me lleves allí esta noche? No va a hacerle ningún daño.
- Pero a mí, sí. Yo sí recordaré que perdí mi integridad y mancillé su precaria realidad llevando allí a un extraño que además se acuesta con una mujer que para él sigue siendo la suya. No sé que clase de psicólogo serás tú, pero lo que me pides es horrendo.
- Pero lo estás deseando.
- ¡Largo! ¡Sal de mi habitación!
- Lo has expresado de un modo que lo hace parecer repulsivo, pero tú no tienes tantas consideraciones éticas cuando entras ahí y aprovechas lo que se te ha dado para disfrutar de un padre que el destino te había robado. Creo que después de cinco años de visitarlo a solas lo que te da miedo es que otra persona descubra que has utilizado esta ventaja a tu favor, colocándote mezquinamente por encima de tu padre y del resto de la humanidad en una posición de poder que al resto nos está vedada.
- ¿De qué estás hablando? ¡¡Sal de mi cuarto!!
- ¿Qué ocurre allí, Wicca? ¿Qué le dices? ¿De qué habláis? ¿Sabe él que está muerto? Si luego nunca recuerda nada, es posible que hayas tenido que decírselo una y otra vez, asesinando su esperanza, castigándolo por haberte dejado sólo. Una, y otra, y otra vez. Y aunque obtuvieras un insano placer en ello, también es algo que debe infligirte un tremendo dolor. Es para volver loco a cualquiera, Wicca. Quizá haya llegado el momento de compartir esa carga.

Si Tais había creído que iba a penetrar su coraza emocional atacándolo salvajemente (aunque un poco al tuntún), se había equivocado de parte a parte. Wicca le sostenía la mirada con entereza. No pensaba dejarse apabullar.

- Puedes volver a tu instituto y buscar todos los apuntes de psicología que tengas –le espetó. - Nada de eso hará que te abra esa puerta.
- Hay algo morboso en que sea de noche y estemos aquí, disertando sobre este asunto. Hay un cierto orden natural en el hecho de que tenga que ser un desconocido el que te esté dando esta oportunidad. Y hay algo extraño en que haya tenido que ser precisamente ahora, cuando vas a estar cerca de un año lejos de esa unidad y de tu padre. En tu interior sabes que llevarme ahí dentro será tu liberación, Wicca. Tienes que llevarme allí. ¡Es el destino!
- ¡¡Pero, ¿de dónde te has escapado tú?!!
- Admítelo. Disfrutas con este tipo de situaciones. Te encanta tensar la cuerda un poco más, comprobar hasta dónde puedes estirar sin que se rompa. Llévame a la Unidad de Tempos. Hagamos esa visita a tu padre. Lo estás deseando, Wicca.

El chico sintió un profundo desdén hacia el nuevo novio de su madre. Se creía que tenía un gran poder de convicción pero solo daba vergüenza ajena.

- No tengo ningún interés. Sin embargo tú pareces demasiado interesado.
- Ahora mismo lo único que te impide llevarme a la Unidad es tu orgullo. No quieres que te gane la partida, no piensas darme la razón, aunque sepas que la tengo. Pero lo deseas. Y no es sólo que lo estés deseando. No es sólo que quieras compartir la carga. También lo necesitas.

Wicca observó a aquel idiota con todo el odio que fue capaz de reunir, pero descubrió anonadado que estaba empezando a caerle bien, por alguna mala conexión de sus neuronas.

- Está bien –dijo al fin. - ¡Qué diablos!



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4 comentarios:

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    Saludos!

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  4. bueno menos mal que pude entrar ...ahra diré que no sabía por donde emezar se me marchaba todo lo que escribia asi que voy a ver si me dejan las propagandas saludarte y dejarte un abrazo
    Marina

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