Haz click en esta portada

jueves, 28 de enero de 2010

Capítulo IV: La salina






La siguió por varias de las estancias de la mansión hasta que ella se detuvo en la sala de música y se sentó en la butaca de un piano de cola Steinway & Sons de finales del XIX, mirando hacia Wicca, no hacia el piano.

- ¿Quién eres? –preguntó el muchacho, sin preámbulos.

La niña le guiñó un ojo, que, como Wicca pudo comprobar, medía exactamente lo mismo que el otro.

- ¿Y bien? ¿No piensas hablar? –presionó el chico.
- Te estoy calculando –dijo la otra, impasible.
- ¿Calculándome?
- Altura, peso, índice de masa corporal. Ahora te determino: color de pelo, piel, ojos; tamaño de cabeza, brazos, manos, dedos, uñas, piernas y tamaño aproximado de los pies; largo del cabello; tipo de vestimenta... Ahora te valúo: no vales demasiado.
- ¿Y todo eso para qué? ¿O es tu forma de hacerte la graciosa?
- Todo eso por si un día te suplanto.
- ¿Pero qué…?
- ¿No eres Wicca?
- Claro que lo soy. Y esta es mi casa y esa, mi fiesta de cumpleaños.
- ¿Diplomático de carrera para Servicio Exterior con rango de Consejero en periodo de pruebas?
- Eso es.
- ¿Obtuviste tu licenciatura en el Nixe College y un Master en Estrategia Militar por la Universidad de NorthFounder?
- Exacto.
- Pues eres el que busco. Cierra la puerta, anda. Esto ha de ser confidencial.

Wicca la miró durante unos segundos, incrédulo.

- ¿Ahora me evalúas tú a mí? –dijo la desconocida.
- ¿Puedes adoptar mi apariencia? ¿De qué planeta eres?
- Cierra la puerta.

El muchacho acabó obedeciendo. Al regresar junto a la niña le pareció como si la nariz le estuviera volviendo a su sitio, como si en el tiempo que había estado cerrando la puerta, los ojos, las cejas, la boca y la nariz de la cría se hubieran dado un paseo por su cara. Por un momento le pareció que tenía el aspecto de una temblorosa burbuja de jabón cubierta de piel humana.

- No preguntes… -dijo la niña, mirando hacia arriba. – Veamos. Pasado mañana, día diecisiete de septiembre de 2189, partes en misión diplomática en la nave Pressure, de tipo C, con una dotación de 183 tripulantes, en compañía de la Embajadora Nisary, tu progenitora por más señas, representante del planeta Tierra y demás miembros de la Unión, así como de las colonias de Marte, Venus, y las más recientes, acomodadas en Phoebe, Janus, Epimeteo, Dione y Titan, todas ellas lunas de Saturno, para abrir negociaciones con una raza desconocida y poco amigable detectada en un planeta situado en un enclave primordial para los intereses de la Unión, lo que podríamos resumir y según vuestra propias expresiones, como una patata caliente. ¿Correcto?
- En esencia…
- Sin embargo, mi raza considera que la Embajadora Nisary no está cualificada…
- Si lo dices por el número de esta noche, no ha sido más que… la emoción de la despedida. Por lo general desempeña su trabajo con…
- No me interrumpas.
- Sólo intentaba…
- Si me dejas terminar verás que no me estaba refiriendo al número de esta noche. Lo que haga la Embajadora con su cuerpo o con sus acompañantes rubios en su tiempo libre, aunque sea delante de tantísimos invitados, no es asunto nuestro.
- ¿De qué estás hablando? ¿Qué ha hecho?
- Que te calles.
- Vale. Termina de una vez.
- Mi raza considera que la Embajadora no defiende los intereses de las razas inteligentes del planeta, solo defiende los intereses de la raza humana, y ya estamos cansadas de que se nos ningunee.
- ¿Eres una salina? – Wicca no daba crédito.
- Puedes apostar a que sí.
- Demuéstralo.

Por toda respuesta uno de los ojos empezó a crecerle a gran velocidad, ocupando pronto toda su cara y después toda la cabeza.

- Vale, vale. Es asqueroso. - La niña recuperó su aspecto anterior. - Deduzco que no tienes nueve años, que es más o menos la edad que intentas aparentar –continuó Wicca.
- Tengo cerca de trescientos y estoy en la flor de la vida.
- ¿Y por qué no has escogido un cuerpo más acorde con mi edad? Es mi décimo tercer cumpleaños. Así llamas la atención.
- Hace unos años sufrí un… pequeño accidente. Perdí la mitad de mi masa. Sólo puedo copiar cuerpos pequeños.
- Estupendo. Una salina que conozco y está lisiada. ¿Y esa ropa tan hortera?
- Es la más pesada que encontré. No podía arriesgarme a salir volando al pasar por delante de las salidas del aire acondicionado.

Wicca estaba bastante intrigado con la situación. Hacía años que nadie había vuelto a saber de las salinas. Nunca habían demostrado un interés especial por la expansión espacial. ¿Por qué ahora?

Se lo preguntó.

- Verás –contestó la salina. – No puedo decirte exactamente por qué mis superioras están interesadas en esta misión. Baste con decir que es un buen punto de partida para que se nos tome en justa consideración.
- Pero, ¿por qué hablas conmigo en vez de con mi madre?
- Porque eres joven, y eso es un punto esencial que tu madre, y no pretendo faltar, no posee. Si hubiera hablado primero con ella ya habría avisado a seguridad. El gobierno de la Unión estaría al tanto y la misión se aplazaría. Tú, al menos, me estás escuchando.
- ¿Adulas mi falta de experiencia?
- Adulo que aún conserves un punto de vista neutro y un pensamiento amplio. Nosotras no lo perdemos nunca.
- Está bien. Te escucho.
- Gracias.
- Pero sólo porque soy un diplomático en ciernes y mi trabajo consiste en entablar buenas relaciones con otros seres.
- Perfecto. Mi petición es sencilla. Pasado mañana voy a ir con vosotros en esa nave, como representante de mi raza, la otra raza inteligente de la Tierra. No hace falta que hagas nada por mí, puedo colarme en cualquier sitio y soy indetectable por vuestros aparatos de control de formas de vida. Para no desautorizar la legalidad del tratado suscrito hace 136 años entre los seres humanos y las salinas después de la Gran Guerra, toda toma de contacto con nuevas especies inteligentes, alienígenas o no, en la que participen voluntariamente ambas razas, debe contar con la firma indeleble de ADN de los representantes de ambas razas, más una declaración de compromiso. Tú, como consejero de la Embajadora, estás autorizado para firmar y para hacer dicha declaración. Ahora bien: si accedes debes prometer que no dirás nada de esto a nadie hasta que lleguemos a destino. Yo, por mi parte, me comprometo a no mostrarme ni a causar ningún problema hasta ese momento.
- ¿Y después?
- Bueno, quizá no me he expresado correctamente. No es mi intención causar problemas tampoco después. Simplemente participaré de las negociaciones. Estamos en nuestro derecho. Puedes consultar los libros de leyes comunes.
- Si estuviera todo dentro de la legalidad acudirías a mi madre.
- ¿No vas a ayudarme?
- Me temo que no. No puedo arriesgarme a provocar otro enfrentamiento entre nuestras respectivas razas.
- Tu actitud es la que puede propiciar ese enfrentamiento.
- ¿Es una amenaza?
- En absoluto. Pero siento que pienses de ese modo. Confieso que había esperado más de ti –la salina se levantó de la butaca y se dirigió hacia la puerta. - ¿Puedo pedirte al menos un favor, consejero?
- Adelante.
- He de aceptar que no quieras ayudarnos, pero, ¿podrías guardar esta conversación en secreto?
- Por supuesto. Mi idea de que no haya enfrentamientos entre nuestras razas pasa precisamente por ese punto.
- Gracias.

La niña perdió su forma y sólo quedó un montón de ropa y unos zapatos en el suelo.
Wicca se acercó y los removió con el pie. Sabía que las salinas tenían un grosor de menos de un milímetro. Y ésta había dicho que había perdido la mitad de su masa en un accidente, así que podía medir algo menos de medio millón de nanómetros. Podía estar adherida a las prendas robadas o haberse filtrado por una imperfección del suelo. Pensó que lo segundo era lo más probable.

Contemplando aquellas ropas, Wicca se preguntó si habría tomado la decisión correcta.
Intuía que pronto lo sabría.




IR AL SIGUIENTE CAPÍTULO

miércoles, 20 de enero de 2010

Capítulo III: Kendal por Tais


Wicca ya había localizado a tres de sus amigos y a dos de sus amigas entre los invitados, pero tendría que saludarlos después. Cogió a su madre del brazo y la arrastró hacia un rincón alejado del bullicio, mientras la gente se acercaba a las mesas y una docena de androides rodaban de acá para allá con botellas de champagne y bandejas repletas de huevas de Grenniut salvaje y galletitas.

- Mamá, ¿estás bien?
- Perfectamente. ¿Por qué lo preguntas?
- Tu discurso. Un tanto apocalíptico.- Wicca observó que el rubio los había seguido, y no se perdía detalle.- ¿Y tú quién eres? -le espetó.
- Se llama Tais -contestó Nisary.
- ¿Y de dónde ha salido?
- Soy un amigo -contestó el rubio.
- ¿Dónde está Kendal? -quiso saber Wicca.

Kendal era el novio de su madre. Llevaban juntos dos años y medio, y Wicca lo consideraba su amigo.

- Kendal se ha ido. Y no volverá.
- ¿Qué ha pasado?

Su madre hizo un gesto con la mano, como quitándole importancia o como si espantara una mosca, y luego silbó a un androide para que le trajera otra copa.

- Cuando se enteró de que nos íbamos, se puso hecho una fiera. Lo tuve que echar.
- ¿Kendal se puso hecho una fiera? No me lo creo.

Tais, el rubio, miraba ora al uno, ora a la otra, pero tuvo el buen juicio de no abrir la boca.

- Mamá... ¿Cuándo se enteró Kendal del viaje?

Nisary hizo como que se concentraba.

- ¿Cuándo? Umm... Ayer por la tarde.

Su hijo la contempló con una mezcla de estupor y resentimiento.

- Entonces es normal que se enfadara. De haberlo sabido con tiempo, seguro que habría venido con nosotros.
- Exacto.

Wicca se tragó la irritación que le estaba causando su madre por su propio bien. Con una voz calmada y madura comentó:

- Lo siento. No me imaginaba que os fueran tan mal las cosas.
- No te preocupes, hijo. No es el fin del mundo. Y ahora, ve a disfrutar de la fiesta. Tienes que despedirte de tus amigos.
- Mamá, espera un momento... ¿A qué venía todo eso del tiempo agazapado?

La conocía lo bastante bien como para saber que no podía estar expresando su dolor por la muerte de Siras después de cinco años de negarse a recordarlo, a no ser que el viaje que iban a emprender, el primero al que acudiría Wicca, hubiera revivido algún recuerdo enterrado.

Su madre cambió de tema, pero por el giro que dio la conversación a continuación, Wicca comprendió que no iba muy desencaminado.

- Has llegado tarde. Supongo que te has pasado por la habitación hipócrita. -Como Wicca no contestó inmediatamente, Nisary presionó: - ¿No es cierto? ¿No has ido a ver a tu padre? - El chico asintió lentamente. - Espero que hayas cerrado bien. Tenemos la casa llena de gente. No quiero ni pensar qué ocurriría si alguien la encontrara por error. No hace falta que te recuerde que es ilegal. Podríamos perderlo...
- ¡Mamá! - Wicca tiró de ella y la llevó aún más lejos que antes. - ¿Qué demonios te pasa?
- ¿De qué estás hablando?
- Te está escuchando todo el mundo.
- ¿En serio?
- Estás hablando de Tempos delante de ese.
- Tais es de confianza.
- ¿Y por qué no lo he visto en mi vida?
- Bueno, ahora tendrás ocasión de verlo a menudo. Se viene con nosotros.

Wicca se quedó sin habla. Luego preguntó, por si lo había entendido mal:

- ¿Que se viene? ¿A la misión?
- Por supuesto. ¿A dónde, si no? - y sin más, Nisary se separó de Wicca, cogió a Tais del brazo y se perdieron entre la multitud.

El rubio tuvo la decencia de mirar a Wicca y encogerse de hombros antes de desaparecer con su madre, como diciendo: ella manda, yo solo la sigo a donde quiera que vaya, como el perro que soy.

Wicca se dejó caer en una silla. Tendría que hablar con Kendal, a ver qué opinaba él de aquel asunto. La verdad es que si ya antes le daba miedo lo que le esperaba a dos días vista, ahora que Kendal había sido reemplazado por aquel imbécil de Tais, Wicca estaba aterrado. No conocería a nadie en la nave. Su madre se pasaría la mitad del tiempo ocupándose de sus obligaciones y la otra mitad frecuentando, adulando, conociendo o catando a su nuevo novio, mucho más joven que el anterior y rematadamente más estúpido. Wicca sabía que en un viaje oficial no le dejarían conectarse al InterStar. Había un montón de normas y protocolos de seguridad enfrentados con la red de redes.
En definitiva, estaría solo y aislado. Iba a aburrirse mortalmente, al menos los tres primeros meses.

En aquel panorama nada halagüeño se hallaba sumido cuando alguien le hizo señas desde el otro extremo del salón de celebraciones. Era una niña de unos nueve años, de pelo moreno y piel blanca. Llevaba un vestido bastante anticuado y aspecto de fragilidad. Wicca no la conocía. Podía ser la hija de unos diplomáticos o la hermana de algún compañero de estudios.
La niña volvió a hacerle gestos para que fuera a su encuentro. Wicca se levantó, intrigado, y en ese momento ella se dio la vuelta y echó a correr, pero lo hacía como a cámara lenta. Los separaban casi doscientos metros y la iluminación era casi intimista pero Wicca habría jurado que la niña tenía un ojo tres veces más grande que el otro.



IR AL SIGUIENTE CAPÍTULO